La Opinión de Murcia

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Gema Panalés

Todo por escrito

Gema Panalés Lorca

Exámenes

Tengo que hacer un examen que es muy probable que suspenda. No es que haya estudiado poco, es que aunque estuviera los próximos dos años sin levantarme de la silla, seguiría sin entender el significado de 到dàod, que puede traducirse como ‘realmente’, ‘fondo’, ‘después de todo’, ‘llegar hasta el final’ o incluso como ‘¿qué coño…?’. Así que me presentaré a la prueba como hago siempre, con espíritu deportivo.

A mí lo que me gustaba de Rocky no eran los combates en sí -el pobre casi siempre terminaba destrozado a manos del otro púgil- sino la parte del entrenamiento, la épica de la preparación: correr por las calles de Filadelfia perseguido por centenares de críos en edad escolar, dar puñetazos a trozos de carne cruda o hacer flexiones con una mano en pantaloncitos cortos… Eso era lo que molaba de Rocky. El combate era la excusa.

Así me tomo yo los exámenes: son una excusa para estudiar (o hacer como que estudio) durante los meses previos a la gran pelea. La épica está en el aprendizaje, en la superación diaria, en el ‘no hay dolor’ cuando una se pone a repasar a las cinco de la tarde, sin aire acondicionado, y termina enfrascada en el Twitter de ‘Michel Houellebecq haciendo cosas’ (gracias al cual acabo de descubrir que el autor francés tiene un banco con su nombre en Molina de Segura. ¡Viva la Villa!).

En la parte de la preparación, para mí es esencial contar con la ayuda de un profesor. El filósofo Maimónides aconseja: «Búscate un maestro, aunque sepa menos que tú», es decir, ábrete a la enseñanza, porque así cuando encuentres a un profesor verdaderamente bueno estarás preparado para aprender de él. Yo he tenido la suerte de encontrar personas sabias en mi camino, con auténtica vocación docente. El más motivador de todos, sin duda, mi profesor de Física y Química, célebre por su pedagógica frase: «Señorita, su historia es muy triste, pero no nos interesa».

El siguiente paso resulta también clave: hay que presentarse al examen. Sí, sí, hay que ir al sitio en cuestión a la hora indicada, sentarse en la silla y escribir lo que se pueda. Este punto es muy controvertido porque, aunque parece una obviedad, hay quien no termina de entenderlo:

-Venga, que vas a llegar tarde al examen- le recriminé a mi compañero de viaje.

-Mira, lo he pensado mejor y no me voy a presentar. Total, no me ha dado tiempo a estudiar y para hacer el ridículo…

-¡Pero si lo importante es participar! Además, seguro que tienen puesto el aire acondicionado.

Por no oírme más, se fue a hacer el examen. Unos días después, le comunicaron la nota: un diez. Todo mérito mío, por supuesto.

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