La Opinión de Murcia

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ESCARABAJAL, DIONISIO

Jodido pero contento

Dionisio Escarabajal

A cada cerdo le llega su San Martín

Boris Johnson sigue siendo muy popular en lo que se denomina despectivamente little england, británicos de baja educación, racistas recalcitrantes y nostálgicos del imperio

Boria. L.O.

Se puede engañar a unos pocos mucho tiempo, o a muchos poco tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo» es un dicho atribuido a Abraham Lincoln y que representa la quintaesencia de la democracia. El público puede caer fascinado por un líder carismático, y dejarse llevar por sus mentiras, pero a los mentirosos siempre les llega el momento, tarde o temprano, de confrontar sus bravuconadas con la realidad. A Donald Trump le llegó un San Martín adelantado el 3 de noviembre de 2020. Teniendo en cuenta que el refrán «a todo cerdo le llega su San Martín» se refiere a la festividad de San Martín de Tours, que se celebra todos los 11 de noviembre y es la mejor fecha para hacer la matanza, el refrán popular casi lo clava. Esta semana pasada hemos visto a otro mentiroso compulsivo, en este caso al también populista Boris Johnson, descabalgado de su cargo de primer ministro, en este caso por sus propias huestes, no por una elección popular.

Y es que la británica representa a todas las luces la democracia menos imperfecta del planeta. Allí los partidos tienen claro que su principal función es presentar al electorado la mejor opción para conseguir el respaldo popular. Aunque los militantes tengan mucho que decir cuando se les convoca en la fase final con dos candidatos previamente seleccionados por el grupo parlamentario. Los miembros del Parlamento, elegidos en circunscripciones uninominales, se juegan su futuro junto con el del candidato a primer ministro cada cinco años. En el Partido Conservador hay un mecanismo diseñado para cambiar de liderazgo sobre la marcha que consiste en dirigir cartas privadas al presidente de una comisión al efecto. Cuando se supera un número determinado de peticiones de votación, ésta se efectúa y da lugar a la confirmación o censura del líder del partido y primer ministro del momento. Ese evento ocurrió en el caso de Margaret Thatcher, John Mayor, Theresa May, y también con Boris Johnson hace unas semanas. Pero, como en el caso de May y Johnson, salir ganador de la votación no asegura el fin de las hostilidades. Johnson ganó su propia moción interna, pero esta semana se ha enfrentado a una cadena de dimisiones de ministros y altos cargos que le han llevado a renunciar. Aunque ha utilizado sus habilidades de tahúr del Támesis para agarrarse al cargo hasta que haya un líder alternativo elegido por los parlamentarios conservadores, nadie apuesta un penique por su continuidad hasta entonces.

Nadie se atrevería a decir que aquí se acaba la carrera política de Boris Jhonson, como nadie dio por finalizada la carrera de Donald Trump cuando perdió de forma abrumadora la carrera presidencial en 2020. Ambos gorrinos de la política seguro que seguirán gruñendo y debatiéndose ferozmente frente a sus enemigos por mucho tiempo. Donald Trump lo tiene más fácil, dado el férreo control de un Partido Republicano convertido en una secta conspirativa. Por el contrario, la vuelta de Jhonson sería muy improbable dado el nivel de escándalos en los que se ha visto envuelto durante su mandato. Aunque Jhonson sigue siendo muy popular en lo que se denomina despectivamente little england (británicos de baja educación, racistas recalcitrantes y nostálgicos del imperio) su forma de ser, carente del más mínimo escrúpulo, le ha conducido a hilvanar mentira tras mentira para ocultar su insensatez a la hora de comportarse. Eso haría muy difícil una resurrección política. 

De hecho, sorprende que no le echaran cuando se demostró de forma abrumadora que se había saltado las estrictas normas de confinamiento que él mismo había impuesto por la pandemia del Covid. Incluso acabó pagando una multa de la policía metropolitana por organizar varias fiestas con sus colaboradores en Downing Street, cuando estaban prohibidas incluso las reuniones familiares y estaba vigente el toque de queda. Eso en sí mismo es gravísimo en cualquier país civilizado, y mucho más en la sociedad británica obsesionada por las normas y su cumplimiento. A lo del ‘partygate’ como se conoció el escándalo, se sumó la aceptación de una cantidad de dinero considerable para redecorar su residencia oficial, proveniente de un donante del Partido Conservador. La traca final ha sido tener que confesar (después de resistirse mintiendo, como siempre) que sabía que el amigo que había puesto al frente nada menos que del Comité de Ética del grupo parlamentario, tenía varias denuncias creíbles de acoso sexual, en este caso de miembros del género masculino. 

Eso nos da idea de la calaña del personaje, que ya había sido despedido como columnista del The Telegrah por sus reiteradas y probadas falsedades. Lo que, desgraciadamente, los británicos que votaron por el Brexit negarán hasta la muerte, es que votaran por la salida de la UE engañados por Boris Jhonson y su campaña del Vote Leave. Aunque haya quedado demostrado que ni los turcos iban a invadir la UE, ni el abandono del bloque europeo iba a suponer el reintegro de 340 millones de libras semanales para el Servicio Nacional de Salud, no es probable que los pensionistas pueblerinos que inclinaron la balanza para la salida en contra de los jóvenes urbanos partidarios de la permanencia, cambiaran ahora de opinión en un más que improbable nuevo referéndum. La más triste noticia en ese sentido la han proporcionado los laboristas de Keir Stamer asegurando que no reabrirán el melón de la pertenencia a la Unión si llegan al Gobierno. Probablemente la falta de apoyo a la permanencia por parte del partido del impresentable líder laborista Jeremy Corbyn (el antisemita amigo de Maduro, Castro y Putin) fue precisamente la puntilla que propició el Brexit.

Por otra parte, la salida de Boris Johnson me da cierta pena. A pesar de sus mentiras reiteradas, era un personaje histriónico y básicamente divertido. Su discurso ante la Confederación de la Industria británica fue un encadenamiento de bromas sin sentido con el ejemplo de Peppa Pig y una burda imitación gutural del sonido de un Ferrari incluidos. Por las caras que ponían los asistentes, parece ser que el simpático Boris ya no le hacía ni puta gracia a los que deberían ser, en circunstancias normales, lo más firmes partidarios de un primer ministro conservador. Y es que las exigencias del Gobierno suelen sentar muy mal a los populistas como Boris.

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