La Opinión de Murcia

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Gema Panalés

Todo por escrito

Gema Panalés Lorca

Cuento del Señor Medás (1)

Decidí seguirlo como Alicia al conejo blanco. Cruzó el puente de Los Peligros a buen ritmo. Muy erguido y desenvuelto. Solo yo reparé en su determinación. Para el resto de los transeúntes era un ser anodino y grisáceo que se fundía con los tonos plomizos del asfalto. Aunque el sol comenzaba a ponerse, el calor todavía era insoportable y yo sudaba y sudaba mientras intentaba seguir sus pasos, de manera discreta y furtiva.

Pasó por la librería de la esquina. Parados, frente al enorme escaparate, había una pareja mirando algo. El señor Medás se detuvo inmediatamente. Se situó justo al lado del chico, que abrazaba a su novia por la cintura y, al igual que ellos, comenzó a observar detenidamente el escaparate. Miraba con tal fruición y denuedo, que empujó sin querer al joven, que tuvo que desplazarse un par de pasos.

El interés en aquellos artículos de papelería del señor Medás era tal que se pegó de nuevo a los sufridos jóvenes que ya, arrinconados, decidieron marcharse. Algo decepcionado, el señor Medás perdió el interés en el estuche de lápices Alpino de 288 unidades y siguió su camino.

Llegó al Drexco, donde lo saludaron por su nombre. Cosa rara, pero en ese momento el local estaba vacío. Solo había un chico en una de las mesas del fondo, que se estaba tomando un cortado de verano. El señor Medás recorrió lenta y minuciosamente toda la cafetería, evaluando cada una de las posibles ubicaciones. Se sentó justo al lado del solitario joven y pidió un cortado de verano.

Llegó una señora con maletín y cogió el periódico del bar. Se puso en un taburete de la barra a hacer el crucigrama, cuando notó un aliento nervioso sobre su nuca. Era el señor Medás. Se había levantado para solicitarle amablemente que, en cuando terminase con el periódico, se lo hiciera saber. Medás esperó de pie en la barra hasta que la clienta le cedió el diario.

Lo peor del calor ya había pasado y se había quedado buena tarde. Cuando salió a la calle, el señor Medás divisó a un padre con su hijo jugando al ajedrez en una de las terrazas de Santo Domingo. Comenzó a dar vueltas alrededor de ellos como un buitre que acecha a su presa. Ya sin disimulos, se acercó a la mesa y se inclinó sobre el tablero. Él no sabía jugar, pero no podía perderse ese acontecimiento. El padre y el hijo lo miraron incómodos.

El señor Medás se quedó allí plantado más de media hora observando la partida, hasta que algo llamó poderosamente su atención: una chica que se dirigía a la óptica de la calle de Correos. Todavía no se imaginaba el escándalo en el que se iba a ver envuelto...

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