La Opinión de Murcia

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Gema Panalés

Todo por escrito

Gema Panalés Lorca

Pantagruélicos

Yo lo llamo ponerse ‘pantagruélico’, en honor al glotón, gran bebedor y amante de todo tipo de excesos, el gigante Pantagruel de Rabelais. Ocurre cuando uno queda poseído por el espíritu de la desmesura y el ansia, y no hay comida, bebida o exceso capaz de saciarlo. 

Hay quienes tratan de combatir al monstruo distrayéndolo con sucedáneos o realizando un sufrido ejercicio de contención y abstinencia. Otros, por el contrario, consideran que la voracidad existencial no debe ser frenada, puesto que la frustración a la que dará paso esa privación arrasará todo lo que encuentre a su paso, al igual que ocurre con una rambla desbordada.

Por ello, hasta el más puritano de los psicólogos recomienda dejarse llevar de vez en cuando o, como dicen los ingleses, ‘let off steam’, es decir, liberar un poco de vapor para que la presión interna de la olla (en este caso, nosotros) no colapse y haga que todo salte por los aires. 

A veces darlo todo es mejor que ir a terapia, porque te libera de las bajas pasiones y produce un efecto catártico y purificador, que ríete tú de ‘Los misterios de Eleusis’, una fiesta ritual griega que se celebraba hace más de dos mil años, en la que los participantes también se ponían finos —en este caso, de un brebaje alucinógeno llamado ciceón—. 

Desahogarnos puede salvarnos, especialmente en momentos extremadamente angustiosos. A mí siempre me han dado ganas de fumar los hospitales, tanatorios y cementerios. En esto coincido con el genial fumador empedernido Michel Houellebecq, quien asegura en su última novela que «de hecho, si hay un lugar donde la necesidad de tabaco se vuelve rápidamente insoportable es, sin duda, un hospital. Un cónyuge, por ejemplo, un padre o un hijo que esta mañana vivía con nosotros y en unas horas, a veces unos minutos, nos lo podrían arrebatar, ¿qué otra cosa, aparte de un cigarrillo, podría estar a la altura de la situación?». «Jesucristo, seguramente», responde otro personaje de la novela.

El modo ‘pantagruélico’ es humano, demasiado humano. Hasta el propio Rabelais, que iba para cura, se salió del monasterio incapaz de plegarse a las reglas monacales y el enclaustramiento. Sin embargo, la corriente moralista-saludable de nuestros días aboga no solo por la contención del clero, sino por la de todo hijo de vecino. «Abusar o divertirse es pecado, o sea, malo para la salud, que es la forma de decir pecado en jerga contemporánea», señala Fernando Savater. 

Pero si pecamos por exceso, también lo hacemos por defecto, ya que la privación también puede esconder, para algunos, cierta satisfacción. Hoy en día son legión los practicantes de ayunos y demás formas de restricción alimentaria, que encuentran deleite en la no ingesta. Como dice otro filósofo, en este caso, el mío de cabecera: «Dime de qué te privas y te diré quién eres».

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