La Opinión de Murcia

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Jorge Fauró

Arenas movedizas

Jorge Fauró

Planeta USA

Para un europeo no siempre es sencillo entender al pueblo americano. Resulta complejo explicar de un modo racional la antropología estadounidense, en general, y algunas decisiones de su establishment, en particular. Capaces de lo mejor y de lo peor, los Estados Unidos se cimentan sobre una capa tras otra de culturas tan enriquecedoras como sorprendentes, a veces extravagantes más allá de los preceptos de la genética.

Un pueblo amalgamado a base de nativos americanos, ingleses, alemanes, irlandeses, franceses, españoles, italianos, africanos, latinoamericanos, rusos, polacos, judíos, católicos, musulmanes y protestantes, etcétera, no debería ser radicalmente diferente al que en su ADN porta la herencia de romanos, árabes, griegos, cartagineses, fenicios, zíngaros, francos, celtas, astures o vascones. El origen se pierde tan en la noche de los tiempos que carece de toda importancia. En ese mestizaje que nos equipara anida el valor como pueblo. La mezcla nos iguala, el entorno nos diferencia. A los primeros les une una bandera y a los segundos nos desune a veces, circunstancias que, paradojas de la antropología, a ambos nos convierte en nación.

El Supremo de EEUU acaba de anular el derecho al aborto después de 49 años, el mismo mes en que se conmemora el Día del Orgullo, que recuerda los sucesos a partir de los cuales comenzaron a reconocerse los derechos de los homosexuales. Ambos hechos ocurrieron en el mismo país y uno de ellos está a punto de poner en marcha una máquina del tiempo que sitúa a la primera potencia mundial ante el espejo de sus contradicciones. La nación donde comenzó a distribuirse la píldora anticonceptiva que puso patas arriba la vida sexual del planeta es la misma que ahora pretende revertir una parte notable de aquella revolución que permitió a las mujeres la libertad de decidir por ellas mismas lo que solo a ellas atañe.

Hay una cita reciente del escritor italiano Nicola Lagioia que dice: «La política se podría reducir a una carretera, en principio a la derecha deberías sentirte más seguro, pero solo los que van por la izquierda pueden adelantar y seguir avanzando». Parece simplista y tibio, pero no existen muchas diferencias entre lo que Lagioia define en pocas palabras y aquel ensayo formidable de Vicente Verdú, El planeta americano (1996), que mantiene intactos tres décadas más tarde muchos de los estereotipos estadounidenses que se amparan en la firmeza de las estadísticas.

El fallo del Supremo se asienta sobre principios jurídicos relativos a la tradición constitucional, aunque rezuma prejuicios morales para fallar en contra del aborto. La legislación norteamericana está muy ligada a la religión. No es país para ateos. Se jura ante la Biblia ante un tribunal y en los billetes de dólar se lee In God We Trust, condicionantes religiosos que en Europa considerábamos excentricidades autóctonas. A raíz de la eclosión de los populismos ya no resulta tan extraño a nuestros oídos.

Vicente Verdú recordaba que el 60% de la población estadounidense acudía semanalmente a misa; nueve de cada diez «ignoran la especulación de que Dios ha muerto»; el 75% reza una o más veces al día y el 28% una hora o más. A principios de la década de 1990, una encuesta de Time confirmaba que el 69% de los norteamericanos creían en los ángeles y el 32% aseguraba haber sentido alguna vez la presencia de una de estas criaturas sobrenaturales. «Estados Unidos es una colectividad aliada por la fe en las leyes de un ser supremo, que unas veces es la Divinidad y otras veces la divinización de América».

No hay más que analizar la posición de la ultraderecha española a favor de la decisión del Supremo y caer en la cuenta de la influencia que las ideas de Vox pueden ejercer entre el electorado más joven.

Europa debe mantenerse alerta ante discursos que reducen el sexo a la procreación y el aborto a pecado mortal. Estados Unidos lleva décadas colonizando el planeta a base de música, cine, moda y hamburguesas. Esta nueva amenaza de recorte de derechos también la vimos venir. Cuatro años de Trump deberían habernos bastado. No permitamos que dentro de unos años, puede que menos de cincuenta, lamentemos aquí la desolación que ya se extiende sobre la mitad de la sociedad estadounidense.

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