Pasada la Pascua, volvemos a la lectura semicontinua del Evangelio de Lucas y lo hacemos precisamente en el final del capítulo 9, donde Lucas expresa la decisión firme de Jesús de ir a Jerusalén, donde sufrirá la muerte y será exaltado definitivamente. Lucas es el único evangelista que muestra de manera patente la subida a Jerusalén como una decisión calculada de Jesús para empujar en la dirección del Reino de Dios. Marcos expresa lo que la crítica denomina como ‘crisis galilea’, ese momento en el que Jesús se retira de Galilea porque las gentes lo buscan por lo que pueden obtener de él, no porque quieran construir el Reino de Dios.

Lucas no muestra tal crisis, pero sí nos da una prueba de que algo así sucedió, pues tras el anuncio del Reino llega a la conclusión de que solo yendo donde está el corazón del poder político, militar, económico y religioso, podrá forzar su predicación y así hacer progresar el Reino de Dios. En lo más íntimo, Jesús sabe que esto le va a costar la vida, pues no puedes enfrentarte con todos los poderes y salir indemne, pero lo asume como el precio a pagar por llevar a término su proyecto del Reino; Dios intervendrá y el Reino proseguirá aunque él deba dar testimonio y morir por ello. Jesús se entiende a sí mismo como un profeta que da la vida por su misión. Sin embargo, lo que vendrá después no puede atisbarlo, es la comunidad la que retrospectivamente proyectará sobre Jesús el anuncio de su muerte y resurrección.

En este mismo texto, Lucas introduce la exigencia máxima del seguimiento que ha encontrado en el documento Q y que mezcla en el texto con sus propias intenciones teológicas. De esta manera nos encontramos a un Jesús radical, duro y exigente: uno le dice que le seguirá donde quiera que vaya y Jesús responde que él no tiene donde reclinar la cabeza. Otro le pide que le deje ir a enterrar a su padre y Jesús le dice que deje que los muertos entierren a sus muertos, el Reino es lo más urgente.

Quien se coge al arado y mira hacia atrás no es digno del Reino. Estamos ante, probablemente, las expresiones más exigentes de Jesús sobre el discipulado y su misión. La crítica coincide en que proceden del mismo Jesús y que los evangelistas solo las han adaptado a sus necesidades literarias. Estamos en un estrato de la tradición sinóptica muy antiguo, casi, si acercamos el oído, podemos escuchar a Jesús diciendo a sus discípulos: «quien no me ama a mí más que a su padre y sus hermanos no es digno de mí», y un escalofrío recorre nuestro cuerpo, porque Jesús me lo está diciendo a mí, dos mil años después, en un texto que quedó grabado a fuego en las mentes y los corazones de quienes le escucharon y por eso no se atrevieron a cambiar ni una iota del mismo.

Deja que los muertos entierren a sus muertos;

tú vete a anunciar el reino de Dios