La calidad de los festivales culturales y, más concretamente, los de música que se desarrollan en Cartagena es indudable y ha sido reconocida con premios nacionales e internacionales de primer nivel. Mención especial merece La Mar de Músicas, el buque insignia de lo que somos capaces de regalar a la Región, a nuestro país y al mundo entero en este apartado. A la amplia oferta de todos los veranos, se sumará en unos días el Rock Imperium festival, un evento internacional con leyendas del rock y del heavy metal que atraerá a nuestra ciudad a más de 40.000 personas, con el supuesto beneficio que conlleva, especialmente, para nuestros hoteleros y hosteleros. También cabe destacar los conciertos que se organizan en el Fuerte de Navidad, con grupos como Los Elefantes. O las Noches de Sal, cuyos cabezas de cartel son La Oreja de Van Gogh y Medina Azahara. Vamos, que la oferta es amplia y para todos los gustos.

Aun así, no puedo evitar quedarme con mal sabor de boca cuando camino por la calle y veo anunciados en carteles enormes grandes conciertos de primeras estrellas de la música nacional e internacional, cuyo lugar de celebración casi siempre es la plaza de toros de Murcia. No voy a ahondar sobre el fallido proyecto del coso multiusos, al menos de momento, que bien podría acoger este tipo de grandes eventos musicales, porque considero que disponemos en nuestro municipio de escenarios más que suficientes y adecuados para albergarlos. Tengo la sensación de que traer a los top musicales del momento a este lado del Puerto de la Cadena tiene más que ver con el peso de nuestra ciudad en el mapa nacional y, por qué no decirlo, probablemente, también con que la capital de la Región está mejor conectada y situada para que confluyan en ella los fans de los artistas desde los distintos municipios y provincias limítrofes.

Sí, nuestra oferta es cuantiosa y cualitativamente incuestionable, pero me quedo con la sensación de que estamos un escalón por debajo como punto de referencia para las grandes estrellas, como ocurre en otros tantos ámbitos.

Ejemplos no faltan, pero sin ir más lejos y por andar de la mano de la actualidad, cabe resaltar la iniciativa del Gobierno central de poner en marcha en nuestra Región una nueva oficina para el Mar Menor. Por cercanía, por las zonas afectadas, por las Administraciones implicadas, por lógica y hasta por sentido común cabe pensar que la sede de esta nueva ocurrencia debería estar en nuestro municipio o, al menos, en algún punto del propio Mar Menor. Lo inconcebible es que, una vez más, tengamos que mendigar y solicitar que así sea y que, por favor, no se lo lleven a la ciudad de Murcia, como casi todo lo que pueda resultar interesante y atractivo. Lástima que no surgieran estas mismas dudas para implantar el Centro de Acogida Temporal de Extranjeros.

 Permitan que me desvíe unas líneas del argumentario de este artículo para señalar unos apuntes. El primero es cuestionarme si es que no existen ya organismos suficientes y efectivos capaces de llevar a cabo el papel que supuestamente acometerá esta nueva oficina del Mar Menor. El segundo es lo curioso y oportuno que resulta que el anuncio se produzca a las puertas de un verano que ya hace tiempo que ha llegado a los termómetros y a las playas de nuestra Región. Vamos, que anunciar y plantear estas cosas en noviembre como que no tiene tirón. Y, por último, clamar para que abran oficinas, edificios o urbanizaciones enteras, pero que hagan algo de una vez para que nuestra laguna de los huevos de oro deje de agonizar, si es que aún podemos rescatarla de la muerte. O piensan que somos tontos o no tienen vergüenza. O las dos cosas juntas.

Retomo, ahora, el hilo inicial para culminar con las declaraciones de hace unos días de la alcaldesa Noelia Arroyo. «Yo creo en la provincia de Cartagena», sostenía, a la vez que pasaba el testigo a los alcaldes del resto de municipios para que alzaran la voz en pos de la nueva organización biprovincial de nuestra Región. No debe sorprendernos que una cartagenera como nuestra regidora defienda, apoye o considere beneficiosa la provincia para que nuestro municipio gane peso. Además, su aliada en el Gobierno también promulga las bondades del cartagenerismo en el nombre y los argumentos de la nueva formación con la que concurrirá a las próximas municipales. Y qué decir de quienes se autoproclaman como los abanderados de la defensa y valedores del fin de toda la discriminación y las injusticias cometidas hacia nuestra ciudad.

 Nos queda un año largo de campaña electoral y no duden de que el nombre y la defensa de nuestra Cartagena, de que el llamamiento a nuestros arraigos de pertenencia y orgullo de nuestra tierra serán un referente en los mítines y discursos, en los debates y reproches. Lo ideal sería que no manosearan el nombre de esta ciudad, engrandecida por los versos de Cervantes, pero no voy a malgastar ni una sílaba en ello, porque estoy convencido de que lo harán. Si fuera tan sencillo conseguir que no nos ningunearan o convertirnos en provincia, quizá ya lo hubiéramos logrado o andaríamos camino de serlo. Quizá es que, realmente, los cartageneros nos merecemos cierta fama de desidiosos cuando se trata de luchar por lo que creemos que es nuestro o por lo que nos merecemos. 

Que nadie se atribuya la defensa de Cartagene en nuestro nombre, porque todos queremos lo mejor para nuestra ciudad. Bajemos a la arena de la realidad y analicemos quién y cómo hace más por mejorar nuestras vidas, nuestras rutinas, nuestro día a día. Y si lo importante es que Alejandro Sanz o Sting hagan parada en este rincón del sureste o que nuestras calles estén limpias, nuestras playas sirvan para bañarse sin reparos y nuestros bolsillos no se agujereen más. Ya sufrimos demasiado calor como para que nos pongan todavía más calientes.