La Opinión de Murcia

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Nos queda la palabra

Cayetanos

Pasada la moda de llevar la gorra al revés, decidió no llevar nada en la cabeza. Como en el invierno o, mejor aún, el conjunto de su vida.

Eso le facilitó quitarse la entallada camisa sin mangas para lucir mejor aún su piel morena, los marcados pectorales y la marca de sus dos nuevos tatuajes.

Era el primer día del verano, pero él ya llevaba mucha ventaja en su piel y, por supuesto, la huella del gimnasio y de las correspondientes bombas de proteínas.

A su alrededor, otros cuerpos clonados al suyo rodeaban la piscina de la principal sala de fiestas de aquella playa perdida de Murcia. Junto a las viviendas unifamiliares, un gran oasis de palmeras, colores y música ibicenca servía de caladero a los ejemplares de la moda cayetana.

Prohibido mojarse. Sólo adoptar posturistas junto al agua, escorzos y risas impostadas entre sorbo y sorbo, amén de alguna caricia robada para inaugurar una agenda prometedora tras el desastroso Covid. El verano prometía, sonreían viendo a sus presas homólogas tras las opacas gafas de sol. No se mezclarían.

A escasos metros, pero como si fuera Marte, el paisanaje, incapaz de llegar a la campaña de verano en condiciones, se afanaba en pinchar la sombrilla y bregar con las primeras olas, cuando estaban libres de niños.

En su universo no existían parasoles sino grandes camas cubiertas de velos que les protegían del sol, pero, por supuesto, no de las miradas.

Tampoco había lamentos por el cubata a doce euros. No podían decir que la crisis no iba con ellos, pues gracias a ella, como si fuera un trampolín, habían aumentado sus fondos económicos y, lo que para ellos era más importante, de armario o recolección de marcas.

Allá en su hábitat, nada cambia. La misma tontería en un circo de los horrores donde las neuronas, que no las hormonas, son lo único prohibido.

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