La Opinión de Murcia

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Enrique Arroyas

Dulce jueves

Enrique Arroyas

Más cínicos

Y si la política se hubiera vuelto tóxica para los ciudadanos normales y corrientes? Tóxica en el sentido que se le da al efecto destructivo que ciertas personas tienen sobre la autoestima de otros. Personas narcisistas que te hacen creer que tu vida depende de ellas o que expanden un veneno que te genera malestar, ansiedad e incluso angustia hasta el extremo de sentir que nada vale la pena porque nada va a cambiar. ¿No está creando un sentimiento así la política?

Y no solo la política, sino también la información que nos llega de ella. Una ración diaria de alimentos poco elaborados, consumidos con avidez, digeridos de cualquier manera. Nos debatimos entre la sobreinformación y la desinformación. Una atención mediática desmedida sobre ciertos acontecimientos también provoca ansiedad e incertidumbre. Y cuando esa misma atención se desvía, por hartazgo y bruscamente, nos puede hundir en el desconcierto. Si algo era tan importante, ¿por qué no ha tenido consecuencias? o ¿por qué lo abandonamos cuando deberíamos estar atentos a sus consecuencias?

Azuzados por el miedo a quedarse atrás, los medios actúan a ciegas, a lomos de una actualidad desquiciada, acelerada y confusa. Pero los políticos, como si tuvieran un sexto sentido desarrollado tras siglos de supervivencia en las condiciones más desfavorables, han sido los primeros en comprender de qué va esto. La primera lección es que la política no va ya de consecuencias. Si consigues hacer ver que no hay consecuencias es como si algo no hubiera ocurrido.

Actúan prescindiendo de lo que da realidad, sentido e incluso grandeza a su labor. La responsabilidad. El deber de responder. La aceptación de que ellos no son la medida de sus actos. La humildad para asumir que el mundo puede girar sin ellos. Ese es su veneno, sutil y normalizado, que propagan impunemente porque sus consecuencias no se ven. Siempre piensan que ellos son más grandes que sus errores, cuando un político de verdad debería ser juzgado por el más pequeño de ellos si se niega a pagar por él.

Boris Johnson es uno de esos, un vulgar populista que ha hecho de la mentira su forma de gobernar. Y que la democracia más fuerte del mundo sea incapaz de doblegarlo es una muestra del declive del sistema. Se saltó las normas anticovid que él mismo dictó y mintió al Parlamento sobre sus fiestas en plena pandemia. Desde entonces se dice que tiene los días contados. Pero sobrevive y acaba de recibir todavía el respaldo de más de la mitad de los diputados de su partido. Desde que emergió como líder en la campaña a favor del Bréxit se le ha visto como un excéntrico, un político extravagante e increíble. Pero solo es así si lo miramos con ojos inocentes. Lo único que tiene de extravagante, aparte de su cabellera alborotada, es su transparencia. Tengo el poder porque miento. Sigo en el poder porque mentir ya no tiene importancia. Y el veneno, convertido en desafección y apatía ciudadana, alimenta mi cinismo.

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