La Opinión de Murcia

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Azparren

De un grano de arena

Joaquín Azparren

Superviviente

Lo es Francisco Ruiz, un empresario medio jubilado de 74 años que pasea apoyado en un bastón por Valdepeñas, en Ciudad Real. Estos días pide en los medios de comunicación y las redes sociales seguir viviendo después de haber dado esquinazo a la muerte en dos atentados terroristas de ETA.

En esta ocasión la parca le ronda después de que el Ministerio de Sanidad le haya retirado, junto a otros trescientos ciudadanos de este país, la financiación de un medicamento que necesita para frenar una dolencia coronaria conocida como amiloidosis. El tratamiento supone un gasto inasumible de 11.000 euros mensuales que se venían pagando gracias a un concierto que se mantenía con el laboratorio fabricante.

Paco se rebela contra esta sentencia capital y sigue luchando como lo hizo frente a las pistolas de los etarras siendo policía municipal en Galdácano en los años 70. Una doble víctima del terrorismo que además, y es lo que más le duele, tuvo que salir del País Vasco como un apestado.

Siendo un agente bisoño con tres meses de servicio, un error en la identificación por otros policías de un supuesto ladrón permitió que tres asesinos de la banda irrumpieran en el escenario para liberar a su compinche y terminaran con su compañero Eloy García. Impotente ante la escena porque todavía no le habían dado pistola pudo escabullirse entre los tiros. Era agosto de 1972.

Peor suerte corrió en febrero de 1976 cuando dando escolta al alcalde Víctor Legorburu un comando ametralló el vehículo que ocupaban. Doce de las cuarenta balas percutidas impactaron en sus piernas, brazos y cadera. El alcalde murió en el acto y a él quisieron rematarle en el suelo con una ráfaga de metralleta.

Tras cinco meses hospitalizado las heridas más graves se le abrieron en el alma cuando sus vecinos y los que él creía amigos le dieron la espalda en aquel pueblo vasco donde imperaban la ‘omertá’ y los confidentes de los terroristas. De la mañana a la noche se convirtió en una víctima de ETA y en un marginado preso en una burbuja de aislamiento social que paseaba en una silla de ruedas empujada por su mujer y flanqueada por sus cuatro hijas, la mayor de 7 años.

Sin indemnización ni homenajes o medallas regresó a su tierra donde, gracias a Cáritas, pudo pagar una casa y comenzar a rehacer su vida. La que hoy peligra por culpa de quien gasta o ahorra en función de los votos.

quinazpa@gmail.com

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