La Opinión de Murcia

La Opinión de Murcia

Yayo Delgado

Achopijo

Yayo Delgado

El gol de Ganet

Ganet.

Lo sabíamos. Fueron días de cuchillos en el píloro, que iban y venían como el sonido de los motores fórmula uno ahí adentro, donde el fútbol hace poso agarrado al corazón. Áspero pero agradable. Lo sabíamos. Nadie en esto está tan preparado para un golpe fuerte en el latir de su amor incondicional. La teoría se cumple. Como si se tratara de un descubrimiento matemático. Lo sabíamos. Después de una nueva época de ostracismo y dolor, en la que aprendimos que lo único que importa es ser. Es estar. Es seguir. Es poder ir a ver a tu equipo cada domingo… Lo sabíamos. Doblegarlo iba a ser apoteósico, único, diferencial. Porque así lo verán los demás, decíamos. Y así fue. Lo vieron los que no han aprendido aún a entender que sólo nos importa ser. Y somos. Y lo sabíamos. 

Tras el empate del Peña Deportiva el sol caía sobre el Rico Pérez como en una tarde de verano en la que el partido en la playa comienza antes de tiempo. Rayos de sol casi horizontales que dejaban sombras alargadas en las jugadas que seguíamos a ras de césped, oliendo a tierra mojada y verde. Los quiebros de Arnau Ortiz esquivaban las estocadas del mediocampo grana, que se fajaba como nunca buscando cambiar la historia. Durante esos minutos sacamos lo que hemos aprendido. Lo que aprendimos delante de la sede de La Liga en Madrid o en el segundo en el que el balón se arrastró imantado tras la línea de gol en Montilivi, por citar solo algunos ladrillos de la construcción que nos ha hecho. Apretamos los dientes. La grada se apoyó ahí, en los pulmones de Angelón, que sacaban la fuerza del ser. De ahí donde el murcianismo se ha hecho inmortal. 

Y ahí comenzó todo. En esos minutos en los que en la mayoría de vidas paralelas el Peña Deportiva nos hubiera puesto a prueba una vez más, pero nos dio igual. Como cuando fuimos a Granada con todo perdido el año que dimos la vuelta al ostracismo, en la generación anterior. Creer crea realidades, decía Iñaki. Entender que no importa perder es aún mayor legado. Y Armando se lanzó bajo la sombra de Arnau cuando esté enfilaba el área, bajo un rayo de sol horizontal, se estiró como el corazón del murcianismo para meter la punta de su bota izquierda cuando parecía imposible frenarle, y alcanzó un balón inverosímil para evitar el avance y lanzar un contragolpe controlado. Ahí cambió el mundo. 

Santi Jara se apoyó en la sombra de la Tribuna, grada donde estábamos, a la altura en La Condomina donde hubiera estado don José Rico, Panadero de Archena. La defensa del Peña Deportiva, en línea, defendía el centro con rigor. El balón sale con efecto y curva de arquitectura árabe hacia el punto de penalti. Avanzan las líneas del Murcia… Pero no en bloque. Un tipo que conduce el balón como si fuera por el pasillo de su casa decide no entrar al choque. Aguanta ahí, en la media luna, iluminado por el sol. Un malagueño que juega con Guinea Ecuatorial que había venido a Murcia a hacer historia. Lo sabíamos. Pablo lo sabía. Las líneas hacen lo estipulado en las faltas laterales y la defensa del Peña despeja bajo el sol, cada vez más horizontal, que entra por el fondo sur del estadio. Lo sabíamos. Cae la bola en la media luna del área, donde el campeón de la liga marroquí, en un canto a las tres culturas, controla con un toque de pasillo de casa y con esa confianza que ha demostrado en cada balón, dirige al murcianismo directo al sol que acaricia la escuadra de la portería defendida por Iñaki. Vuela el gol mientras las alas de la pelota se queman dejando un rastro de amargor de una década entera. Se encaja la pieza del puzzle entre palo y travesaño, y el balón cae acariciando toda la red un segundo después de que Pablo Ganet celebre que ya es historia del Real Murcia. Del murcianismo. Del fútbol. Lo sabíamos. Lo que vino después, lo sabíamos. Vale. 

Compartir el artículo

stats