La Opinión de Murcia

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ESCARABAJAL, DIONISIO

Jodido pero contento

Dionisio Escarabajal

Occidente se cae del guindo

La guerra en Ucrania va francamente mal, e irá peor desde el punto de vista humanitario las próximas semanas. Henry Kissinger dijo en Davos que la solución pasa por ceder territorio del invadido, Ucrania, al invasor, Rusia. El viejo diplomático (acaba de cumplir 99 años, y se le nota) parece olvidar la experiencia más notable de los conflictos bélicos que se han sucedido desde la Segunda Guerra Mundial, y es que, de forma progresiva, las grandes potencias tienen cada vez más difícil ganar una guerra frente al contrincante más débil. Antes las ganaban en todos los casos, pero desde hace unas décadas solo ganan la mitad de las veces, según un detallado estudio sobre conflictos bélicos contemporáneos publicado recientemente. Él lo debería saber mejor que nadie, porque era Secretario de Estado con Nixon cuando Estados Unidos fue derrotado por los vietnamitas del Norte, después de la firma de un acuerdo de paz que inmediatamente fue papel mojado y acabó con la ignominiosa evacuación de la embajada de Estados Unidos en Saigón. También la Unión Soviética tuvo su brutal encuentro con la humillación bélica en Afganistán en los años ochenta. Y no es necesario recordar el papelón que han jugado Estados Unidos y sus aliados occidentales en este mismo país algunas décadas después. En todos los casos, el resultado es el mismo: el pez chico se resiste y se come al grande, o por lo menos no se deja comer por él.  

Hay que recordar, por si se nos ha olvidado tan pronto, que Rusia llevaba preparando al menos dos años esta invasión. En el 2020 ya hizo un amago, acumulando fuerzas militares suficientes en la frontera de Ucrania, para decir después que habían sido solo unas maniobras. Por suerte, Estados Unidos no se lo creyó y, a partir de ahí, empezó un frenético esfuerzo diplomático y de inteligencia, que ha tenido sus frutos en dos aspectos concretos en el momento en que Rusia golpeó de verdad: el previo envío masivo de misiles y granadas antitanque, y averiguar que la estrategia de Putin era tomar el aeropuerto y la capital con fuerzas especiales que se encargarían de destituir al Gobierno legítimo y sustituirlo por un Gobierno títere. La batalla por el control del aeropuerto fue feroz, pero finalmente permaneció en poder de los ucranianos. Todo lo demás ya es historia del siglo XXI: los rusos no tuvieron más remedio que optar por un plan B, lanzando tanques y soldados a la toma de la capital, encontrándose con una resistencia numantina que les obligó a retirarse y concentrarse en objetivos más modestos. 

Los ucranianos están luchando como si no hubiera un mañana (una frase inadecuada, porque en realidad luchan por su futuro y el de sus hijos) y van a poner muy difícil a los rusos el control territorial del Donbas. Pero, y esto es muy importante, ya sabemos que nada va a ser igual en el futuro de la geopolítica mundial. La principal consecuencia es que, después de dos décadas de apaciguamiento al régimen cada vez más agresivo, belicista y autoritario de Putin, nos hemos caído del guindo y ya sabemos quien es cada uno y con quien está. Una nueva guerra fría ha estallado, y esta sí que no hay quien la pare. Las piezas están alineadas en el tablero. Los enemigos mortales son Rusia y China. Occidente, con la OTAN en pleno y algunos adheridos, debe enfrentarse a las dos autocracias expansionistas, que cuentan también con algunos adheridos (pocos e irrelevantes, como Bielorrusia, Corea del Norte, Siria o Irán). El enfrentamiento será con todos los recursos posibles, sin llegar al enfrentamiento directo, que provocaría una Tercera Guerra Mundial que todos parecen querer evitar.

Asistimos una vez más al entrelazamiento de sucesivos conflictos en el tiempo, sin ningún final a la vista. La Segunda Guerra Mundial derivó de la humillación que sufrió Alemania en su derrota en la Primera. Se aprendió la lección y Occidente se volcó en la reconstrucción alemana después de su aplastamiento completo. De la Segunda Guerra surgieron dos imperios enfrentados, unos Estados Unidos reforzados por una Alianza Defensiva en Europa, y la Unión Soviética, que utilizó la ideología comunista como estrategia de expansión más allá de su hinterland en Europa del Este. Allí dominó con mano férrea convirtiendo un conjunto de Estados centroeuropeos en naciones vasallas, que invadía sin compasión con sus tanques cada vez que amenazaban con salirse del redil. Esa primera Guerra Fría sabemos cómo acabó: con la desmembración del imperio soviético en sus naciones constitutivas (con más o menos historia independiente) y el fin del yugo soviético en Europa Central. 

Fue una derrota en toda regla, aunque inmediatamente Occidente se volcó en su propio Plan Marshall para reconstruir Rusia, a la que la Alemania recién reunificada envió ingentes cantidades de ayuda alimenticia y financiera. De ahí que los alemanes soñaran con una gran Europa Unida, incluyendo a Rusia, a la que, a partir de entonces, consideraron un socio preferente en una doble dirección: invirtiendo en su economía y construyendo gaseoductos y oleoductos para consumir su gas y su petróleo. 

Pero, como sucede a menudo en la Historia, no se contaba con el factor humano, en forma de un ex espía del KGB que empezó a acaparar poder explotando los sentimientos de agravio por la derrota y disgregación de la Unión Soviética. La rabia y la paranoia de Putin, así como su control férreo de la disensión en su país, se hicieron insoportables al comprobar cómo las antiguas naciones soviéticas, o algunas de ellas, quisieron optar por un modelo occidental, en vez de bailarle el agua al autócrata del Kremlin. Recordemos que todo empezó en Georgia, pero le estalló en sus propias narices en el Maidan ucraniano y llegó al paroxismo con las protestas contra su marioneta Lukashenko en Bielorrusia. En el fondo, nostalgias imperialistas aparte, lo que aterroriza a Putin es que le monten a él una revolución similar a estas y le echen a patadas.

Pero, más importante que el despoje de cualquier careta amable por parte de Rusia, es la posición adoptada por la dictadura china y su presidente casi vitalicio (está a punto de hacérselo nombrar en octubre) Xi Jinping. Los dos colosos euroasiáticos deben enfrentarse a partir de ahora a un fenómeno que les resultará completamente inédito: la determinación de Occidente para desconectar sus economías parasitarias de los mercados que funcionan en base a del imperio de la ley y de las reglas de un intercambio realmente libre.

La globalización connivente de Occidente con las dictaduras se ha terminado. A su principal beneficiaria, China, se le acaba definitivamente el chollo.

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