La Opinión de Murcia

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Enrique Arroyas

Dulce jueves

Enrique Arroyas

Vida artificial

Es difícil no ver la tecnología como una amenaza, no solo para el empleo y otras cuestiones más inmediatas, sino para la civilización tal como la conocemos, para nuestro futuro como especie debido a los condicionantes morales de la inteligencia artificial: ¿Qué efectos tendrá sobre la conciencia, las emociones o la inteligencia el perfeccionamiento de los robots y la prolongación de la vida? ¿Cómo cambiarán nuestras relaciones al compartir el planeta con una inteligencia sin deseos ni debilidades? ¿Nos convertiremos en dioses o en esclavos? ¿Nos hará más sabios o más estúpidos? «En la actualidad, los robots son herramientas, no formas de vida con sus propios objetivos e ideas. Cuando lo sean, ¿algo más inteligente que nosotros querría priorizar nuestra estupidez y egoísmo», se pregunta Jeanette Winterson en su libro 12 bytes, donde reflexiona sobre los cambios radicales que ya se están produciendo en nuestra forma de vivir y de amar.

La Inteligencia Artificial excita hoy nuestra imaginación como ninguna otra cosa. Inspira tanta esperanza como miedo, todo a gran escala, porque sentimos que nos desafía en lo más profundo de lo que somos. No podemos saber si el futuro de la tecnología nos llevará a la utopía o al apocalipsis, pero podemos imaginarlo. Los avances de la ciencia siempre comienzan como ficción. Las grandes catástrofes siempre vienen precedidas de advertencias de la imaginación. Una de las posibilidades que a mí me parece más convincente es la que imaginó Walter Tevis en su novela Sinsonte. Un mundo en declive donde el ser humano se extingue después de décadas en las que entregó el control a las máquinas. Los robots han asumido todas las tareas y los seres humanos no tienen que preocuparse por nada. ¿Por qué hacer algo si hay una máquina que lo hará mejor? Al olvidar el sentido de la existencia, la humanidad ha llegado a su punto final: ya no nacen niños porque no hay esperanza. El lema universal es «No preguntes, relájate».

La adicción al Diazepam es la norma. El sexo solo es bien visto en encuentros casuales. El libro es un objeto desconocido. La lectura se ha olvidado. Y con el fin de la lectura se acabó también el hábito de fijarse en las cosas y pensar en ellas. En las universidades hay una enseñanza básica: «Cuando dudes, olvídate del asunto». No hay forma de distinguir a un robot de un ser humano. La vida se ha convertido en un simulacro una vez se han suprimido el temor o la tristeza. La familia es una peculiaridad exótica del pasado, una anomalía que contradice una de las virtudes impuestas en la nueva sociedad: la cercanía es un error. ¿Quién querría unas ataduras que son fuente de dolor? Si alguien presenta síntomas de sufrimiento innecesario es atiborrado de Inhibidores de la Noción del Tiempo.

El suicidio es la única expresión de rebeldía. Pero es presenciado con indiferencia. Cualquier muestra de empatía se considera una intromisión en la libre voluntad de los suicidas.

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