La Opinión de Murcia

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ESCARABAJAL, DIONISIO

Jodido pero contento

Dionisio Escarabajal

El Brexit de Boris Johnson, un viaje a ninguna parte

Grandes potencias como Japón, China, o incluso India, prefieren dar prioridad a Europa

Hay una expresión en valenciano que expresa perfectamente lo que ha dado de sí el Brexit hasta el momento: «aixó i res, tot es res». O sea: eso y nada, todo es nada. Teniendo en cuenta lo divisivo que fue, y aún es, para la sociedad británica el traumático resultado del referéndum de 2016, por el que los británicos decidieron abandonar la Unión Europea, la escasez de resultados prácticos y positivos de la separación resulta bastante decepcionante. De hecho, cada vez está más claro que las motivaciones detrás de la decisión popular a favor del Brexit fueron del todo irracionales. Boris Johnson, un mentiroso compulsivo (le echaron del diario The Times porque se inventaba citas y falsos precedentes históricos en sus artículos), se atrevió a comparar la resistencia de Ucrania ante el invasor ruso con el deseo de ‘independencia’ frente a Europa expresado en la decisión británica de abandonar la Unión. Lo que sí ha quedado claro es que la nostalgia de un supuesto y glorioso pasado y el nacionalismo xenófobo y racista son elementos comunes al conservadurismo británico antieuropeo y la Rusia neoimperialista de Vladimir Putin. 

Para entender la situación actual, tenemos que retrotraernos al proceso por el que se concretó la decisión del pueblo británico de abandonar la Unión Europea. Porque, como a menudo se recalca, los referéndum suelen ser ejercicios democráticos deficientes. Con un sí o un no, y por un solo voto de diferencia, se pretenden dar por resueltas cuestiones bastante complejas, que necesitarían mucha discusión y matizaciones a la hora de su implementación. Y así sucedió con el Brexit. De entrada, había tres posibles Brexit: el que solo suponía el retomar cierto control de las fronteras para frenar la inmigración masiva, real o ficticia, pero permaneciendo en el Mercado Único y la Unión Aduanera (a lo que se oponía Bruselas teóricamente pero que hubiera acabado aceptando ante los hechos consumados después del referéndum, o anteriormente si los dirigentes europeos no hubieran estado cegados por las promesas de permanencia de David Cameron). Un segundo Brexit, propugnado por los radicales antieuropeos, y, por fin, un Brexit que yo calificaría de ortopédico, porque intenta solucionar los problemas de la salida de la Unión con diversos remiendos y parches, siendo el más conocido el del ‘backstop’ para solucionar el problema de las fronteras entre el territorio británico de Irlanda del Norte recién escindido del territorio europeo de Irlanda.

La primera versión del Brexit fue la que defendieron hasta el límite los conservadores sensatos, la élite financiera de la City y, sobre todo, la Confederación de la Industria Británica, que asistía desolada a un futuro de disrupción y desastre en las cadenas de suministro, completamente integradas después de cuarenta años a un lado y al otro del Canal. La línea dura, o cortar toda relación por lo sano, es lo que en todo momento propugnó el ala radical tori, y la versión ‘ortopédica’ fue la que defendió Theresa May hasta que la cuadrilla radical colocó a Boris Jhonson al frente del partido y del Gobierno.

Siendo Boris Johnson el mismo Boris Johnson de siempre, la solución que adoptó para solucionar el problema fue mentir, a un lado y otro. Primero mintió al pueblo británico prometiéndoles un Brexit limpio y sin consecuencias. Después, cuando arroyó en las elecciones, consiguió el apoyo para su nuevo Gobierno mintiendo a los unionistas de Irlanda del Norte diciéndoles que lo del ‘backstop’ (en realidad colocar las fronteras en el Mar de Irlanda y en los puertos irlandeses en vez de en la frontera terrestre), no iba a ningún sitio y sería papel mojado. Después mintió a los negociadores europeos firmando el acuerdo de salida para, inmediatamente, decir que no lo iba a cumplir. Y en esas estamos, con un país soberano y con tradición de nación seria y respetuosa de la ley, diciendo que había firmado nada menos que un Tratado Internacional, pero con la intención manifiesta de no cumplirlo. Peor no se podría haber hecho.

La mejor y más realista consecuencia práctica que prometían los partidarios del Brexit era ‘escapar’ de la influencia europea para convertirse en el socio (claramente menor, eso sí) de un binomio con aspiraciones de influencia global de la mano de Estados Unidos. Era el reconocimiento de que las antiguas colonias habían superado con creces en poder, riqueza e influencia, a la antigua metrópoli. Es posible que esta hubiera sido una promesa viable si Donald Trump, un declarado enemigo del proyecto socialdemócrata europeo, hubiera continuado en el poder. A Trump le encantaba el estilo de Boris Jhonson, como solo un narcisista redomado puede apreciar a un mini yo, aunque se comporte como un bufón en una corte de halagadores. La mala suerte para los antieuropeos británicos fue que el presidente elegido, de forma aplastante en el voto popular, fue un demócrata con orgullosas raíces irlandesas, precisamente la parte del establecimiento político norteamericano que ve la mano del imperialismo británico en el resto colonial que supone la mera existencia de Irlanda del Norte. Una considerable parte de los congresistas americanos y el presidente Bill Clinton prestaron todo su apoyo para garantizar los acuerdos de paz del Viernes Santo, entre protestantes y católicos, que ahora se ha puesto en grave cuestión por el asunto del protocolo de Irlanda que Boris firmó y su Gobierno quiere tirar a la basura literalmente.

Por eso, y porque los americanos demócratas siguen siendo partidarios de una Unión Europea fuerte para enfrentar al enemigo ruso, el presunto acuerdo comercial favorable que Reino Unido pretendía establecer con los Estados Unidos ni está ni se espera en un plazo previsible. También ha quedado evidente que las grandes potencias mundiales, como Japón, China, o incluso India, prefieren dar más prioridad a Europa (la mayor potencia comercial del mundo, y la que dicta los estándares de calidad para gran parte de la producción y el tráfico de los bienes y servicios) que a un país importante como Gran Bretaña, pero claramente cerrado a la inmigración y cada vez más periférico en el contexto europeo. 

El mayor ejemplo de esta frustrante evolución de las cosas para el Reino Unido después del Brexit es India. Los británicos soñaban, a la vista de los esfuerzos diplomáticos desplegados, con aumentar su presencia en la emergente esfera Indo Pacífica a través del establecimiento de una relación especial con India, para terminar, encontrándose con un nacionalista hindú como Narendra Modi que les exige, antes que nada, libertad de movimientos para sus nacionales y, de momento, ha decidido hacerse un tour a tres capitales europeas, obviando al Reino Unido. Para este viaje, claramente, no se necesitaban alforjas. 

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