La Opinión de Murcia

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Enrique Arroyas

Dulce jueves

Enrique Arroyas

Cuerpos marcados

Un momento de la representación de El Golem

"Las palabras son cuerpos marcados". Escuché esta frase en el teatro. La pronuncia uno de los personajes de El Golem, la obra que se representó el fin de semana en el Romea. Al escucharla me quedé un momento dándole vueltas, memorizándola, y perdí un poco el hilo de la obra, que ya de por sí era difícil de seguir. En el teatro no puedes darle a la pausa o retroceder para repasar alguna escena o releer y detenerte a pensar el sentido de lo que has leído. Es la grandeza del teatro, todo sucede como en la vida, una vez. Es fugaz y por mucha densidad que tenga un instante solo podremos comprenderlo en el recuerdo. Cuando ocurre, la comprensión depende de las emociones, de lo que seas capaz de sentir, de la intensidad que pongas a lo que estás viviendo, de tu atención. Para cerrar la brecha entre la experiencia y la comprensión tenemos las palabras. Por eso alivian, consuelan, protegen, y también queman. Por eso dan calor y asustan. Son tan livianas como el aire y pesan como el plomo en el alma. Dan alas al corazón y nos enredan el pensamiento. Dan vida y pueden matar. Salvan y condenan. Las palabras lo son todo, pero quien queda marcado por sus huellas es el cuerpo. Pueden parecer escritas por un ángel, algo de otro mundo, enlazadas por el espíritu, pero como la lluvia su destino es la tierra. Y es ahí donde se libra la batalla, entre las flores y el barro.

El escenario era oscuro, claustrofóbico con los techos bajos, apena iluminado por una luz fría, enclaustrado entre paneles negros. Los personajes, solitarios, tan perdidos y confusos como los espectadores, a quienes se mantiene a una distancia mayor de la habitual en el teatro. Todo lo que ocurre allí parece ser obra de las palabras en el sentido más radical. Y sin embargo, si entendemos algo de ellas es por los efectos que tienen sobre los cuerpos. Los efectos son desquiciantes, tenebrosos, hirientes, renovadores. La obra refleja la importancia del lenguaje a la hora de definir nuestra existencia, como individuos y como sociedad, en los tiempos de confusión que vivimos, agravados por una pandemia que ensanchó la distancia entre las palabras y los cuerpos.

Y sales del teatro como de un sueño, quizá sin entender nada, pero con la urgencia de seguir el camino que te ha mostrado porque intuyes que allí había un mensaje que no se puede ignorar: las palabras que nos marcan no son las que nosotros pronunciamos, sino las que otros nos han dicho. Las palabras de otro que se introducen en nuestro cuerpo y en nuestra memoria son las que de verdad nos transforman. Las nuestras son solo balbuceos, tentativas de palabras; las que nos dicen otros son tan nuestras como las cicatrices o como la huella de una caricia o un beso.

En la obra se habla de odio, pero nada tiene más fuerza que un te quiero.

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