He aprendido pocas cosas con los años, pero una de ellas es que las bebidas saben mejor en recipientes de borde fino. Odio tomar el café en tazas de filo grueso, tan frecuentes, así que día tras día, después de desayunar, friego la taza especial en la que volveré a hacerlo la mañana siguiente. Igualmente, procuro tener siempre listas las copas de cristal fino donde saboreo el vino. Cuando lo hago en receptáculos distintos, me parece como si, en vez de beber, abrevara.