La Opinión de Murcia

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Andrés Torres

Cartagena D.F.

Andrés Torres

Control y descontrol

Unos pocos o unos cuantos convirtieron una fiesta tan singular y bonita como las Cruces de Mayo en una excusa para el desmadre total

Celebración de las Cruces de Mayo, en una imagen de archivo. L.O.

Muchas personas presumen en voz alta de andar por la vida diciendo siempre lo que piensan y a la cara, pero no las crean, porque es mentira. Si dijéramos siempre lo que pensamos, nuestras relaciones personales, laborales y sociales se podrían ver alteradas, porque lo de no tener malos pensamientos va más allá de lo que nos aconseja evitar el sexto mandamiento del catecismo católico. ¡Cuántas veces hemos callado, pero, sobre todo, cuántas veces hemos perdido la oportunidad de callarnos! O de plasmar por escrito lo que nos ha salido de las teclas. En fin, que por mucho que mi amigo Dani reclame mayor claridad y contundencia en este rincón, seguiré decantándome por pronunciarme entre líneas, cuando la ocasión lo requiera. No quiero confundirles, pero una cosa es decir, contar o informar sobre la verdad y, otra muy distinta, callarse lo que uno piensa.

Un claro ejemplo para aclarar este punto que abordamos lo hemos tenido esta semana en la comparecencia de la ministra de Defensa, Margarita Robles, para anunciar la ‘sustitución’ de la máxima responsable del CNI. Su verdad fue a medias, para tratar de despistarnos. Lo que sí hizo la ministra fue callarse lo que pensaba realmente, porque, de lo contrario, la eterna crisis política en la que nos movemos en los últimos años se agravaría mucho más, si cabe. Optó por ser prudente, a pesar de que supuso un sacrificio para su credibilidad y su valoración por parte de los ciudadanos. Vamos, que actuó más que nunca como ministra de defensa del Gobierno. O dicho de otro modo, controló sus palabras para garantizar el éxito de una maniobra en favor de la supervivencia y la estabilidad del Ejecutivo, aunque tuviera que pagar un elevado precio. ¿Quién sabe? Quizá alguien se lo recompense más adelante. El caso es que, al final, como ocurre tantas veces en este país, a directora del CNI ‘muerta’, directora del CNI puesta. Y así nos va, sin tiempo ni para digerir toda una destitución anunciada. Que algunos ya tenían ganas. Porque cuando se trata de los males que recaen sobre ellos, les falta tiempo para poner el grito en el cielo, pero cuando son ellos los malos, les molesta hasta que los señalemos.

Pues eso, que en este país de reyes muertos y puestos no tenemos buen gusto ni para honrar a nuestros héroes y los tachamos del mapa a las primeras de cambio. ¡Lamentable! Ni en la fortuna sabemos comportarnos. Todos, menos los de siempre, nos congratulamos de contar con un chaval que apunta a ser un maestro del tenis mundial y que promete darnos muchas alegrías, pero aún le queda mucho por andar y por demostrar para dejar de ser un alumno. Todos estamos encantados con Carlitos Alcaraz y confíamos en que nos dé largas tardes de tenis y varias décadas de títulos. Pero, por el momento, su mayor victoria es aplaudir a Rafa Nadal tras derrotarle, como clara muestra del resperto que algunos ya le han perdido. La tarde en la que Alcaraz doblegó a Djokovic, las gradas de la Caja Mágica de Madrid lucían un cartel que mostraba la leyenda «¡Vamos Alcaraz!», pero con el nombre de Rafa tachado entre las dos palabras. ¡Indignante! Para animar a uno no hay que defenestrar al otro, sobre todo, porque si alguien en este país y en este mundo nos ha demostrado que jamás hay que darle ni darse por vencido es don Rafa Nadal. Respetémosle, como lo hace Carlitos. Y controlemos.

Controlemos, que si no, desvariamos y lo que puede ser una fiesta, se nos vuelve en contra. Sí, lo digo por la proyección del tenista de El Palmar, pero también por las Cruces de Mayo que vivimos en Cartagena el pasado fin de semana. Me encanta pasear por el centro y verlo lleno de vida. Me encanta que calles y plazas que hace no tanto se mostraban desiertas e inseguras, luzcan, ahora, habitadas, repletas de locales de hostelería y reformadas y luminosas. Me encanta que la fiesta se apodere de las vías más emblemáticas de nuestra ciudad y hasta las invasiones de los cada vez más numerosos turistas que arriban en los cruceros. Disfruto y celebro la resurrección del casco histórico y su resurgir después de la larga y dura pandemia. Lo que no comprendo es que se desvaríe y que unos pocos o unos cuantos conviertan una fiesta tan singular y bonita como las Cruces de Mayo en una excusa para el desmadre total. Felicito al Gobierno municipal por recuperar este evento, que tanto bien hace a muchos empresarios, pero hay que aprovechar la experiencia y corregir clamorosos errores de cara a próximas ediciones. 

Uno de los más notables, al menos para mí, fue el tapón que se formó en la plaza de San Sebastián. Era materialmente imposible atravesarla, lo que impidió el paso a las calles Mayor, Aire, Jara, Honda, Villamartín y Puerta de Murcia, lo que obligaba a dar tremendos rodeos para trasladarse. No creo que sea una opción razonable convertir este punto en una discoteca al aire libre. 

No lo digo yo, así se lo describió por teléfono a un amigo el joven que tenía detrás en la cola del restaurante donde encontré hueco para cenar. «¡Vente, pacá! ¡Esto es la fiesta total!», le dijo. En realidad, era peor que una discoteca, porque, cuando se disolvió el gentío, la calle era una alfombra de basura, repleta de botellas y vasos de papel, con suelos pegajosos y regueros de pis, ya que muchos orinaban donde primero pillaban y sin ningún pudor, a la vista de quien quisiera verlos, aunque fueran unos niños.

Mi apoyo total y absoluto a una fiesta como las Cruces de Mayo, a divertirse con alegría y desparpajo, pero tanto esta celebración como la propia ciudad merece que las respetemos, que no nos produzcan vergüenza ajena y que no se vete ni siquiera durante unas pocas horas de un fin de semana el derecho a pasear por nuestras calles, un derecho de todos, de los jóvenes y los no tan jóvenes que inundaron el casco, pero también de las familias y los mayores que huyeron de él ante la estampa que se encontraban.

Basta con un poco de respeto, sentido común y mucho, pero mucho más control. 

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