La Opinión de Murcia

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ESCARABAJAL, DIONISIO

Jodido pero contento

Dionisio Escarabajal

Emprender, innovar, tal vez soñar

La conclusión, al menos para mí, es que la tecnología suele ocupar un papel muy secundario en estos grandes proyectos empresariales

DisruptivaRM L.O.

Esta semana empleé un día completo en asistir a un evento organizado por el Instituto de Fomento de la Región de Murcia titulado DisruptivaRM. La verdad es que hacía mucho tiempo que no disfrutaba de una jornada tan interesante y entretenida. El mayor acierto fue, aparte de los ponentes y contenidos, una estructura basada en algo como las ‘charlas TED’, con el típico formato compacto de este tipo de conferencias, alternando con mesas temáticas integradas por un panel de expertos. De hecho, contrastó fuertemente con otro evento al que asistí hace un par de semanas en Oporto, Portugal, en el que típicos gurús, pagados de sí mismos, se extendían demasiado tiempo en temas abstrusos y completamente incomprensibles para gente que no estuviera en su misma onda ‘mindfulness’. No hay nada más patético que un conferenciante de pago cuyas inspiradoras frases no te inspiran un pimiento y cuyos chistes no hacen gracia a nadie.

El evento del Info me recordó un libro que leí hace décadas sobre innovación. La principal lección que saqué de su lectura fue que las innovaciones exitosas suelen ser evolutivas, no disruptivas (entonces no se utilizaba esa palabra). «Innova, pero poco», fue mi conclusión a la hora de terminar el libro. También aprendí que las mejores innovaciones surgen de alguna necesidad propia, cuya solución se generaliza hasta convertirse en válida para un público tan amplio que constituye un nicho de negocio viable. La doctrina de ese antiguo libro, pionero en la reflexión sobre innovación, contrasta con el título que el Info escogió para su evento alrededor de la innovación. Porque disrupción significa, como el autoproclamado lema de Silicon Valley, «moverse rápido y romper cosas», que es lo contrario de la innovación evolutiva.

Pero una cosa es lo llamativo, adecuado para titular un evento que atraiga a jóvenes emprendedores, y otra cosa es lo que funciona en el mundo real. Steve Jobs, probablemente el paradigma de emprendedor tecnológico con imagen de innovador disruptivo, no fue rápido ni rompió nada que se conozca. Más bien se atuvo a mejorar lo innovado por otros y subirse en los hombros de los gigantes que le precedieron, a menudo haciendo sus necesidades biológicas encima de ellos, en sentido figurado. El interfaz característico de los Macintosh fue, por ejemplo, una apropiación indebida de lo que Steve Jobs descubrió en una visita al laboratorio de innovación la empresa Xerox en Palo Alto, California. El escritorio gráfico, el ratón, el ‘arrastrar y soltar’ e incluso las ventanas para visualizar el contenido de los archivos, estaban ya allí, y no precisamente desarrollados por el equipo de Apple.

Por cierto, en aquella visita también estuvo Bill Gates, fundador de Microsoft, que se inspiró en las mismas innovaciones de Xerox para crear la interfaz de Windows, sobre la base, en este caso de MS-DOS, que a su vez también había sido adquirido con nocturnidad y alevosía a su primigenio desarrollador por un precio irrisorio. Tampoco inventó Steve Jobs el mp3, ni el teléfono móvil, ni el ordenador personal para el caso. Y el iPad se parece sospechosamente a un aparato de ficción que manejaban los ingenieros de la nave Enterprise en la primera temporada de Star Trek, allá por los años sesenta.

En los canales de streaming ha coincidido recientemente el estreno de dos miniseries, en AppleTV y Movistar+ respectivamente, que narran la turbulenta aventura empresarial de los fundadores de Uber y WeWork respectivamente. Y si a eso se añade el documental sobre Elisabeth Holmes y su fraudulento startup Theranos, se puede tener un panorama completo de lo que significa la innovación disruptiva con base tecnológica en el contexto actual y en la cuna en la que se ha desarrollado.

La conclusión, al menos para mí, es que la tecnología suele ocupar un papel muy secundario en estos grandes proyectos empresariales. La mayor innovación tecnológica, por revolucionaria científicamente, es la que proponía Theranos, con sus análisis complejos de sangre en tiempo récord a partir de unas gotitas, y resultó completamente falsa. El protagonista absoluto de estas historias no es la tecnología, muy básica en Uber e inexistente en WeWork, sino la enorme cantidad de capital disponible para proyectos de alto riesgo que proporciona el ecosistema empresarial norteamericano. Y, junto a ello, una visión muy relajada de lo que debería ser el cumplimiento de la ley. Uber, en concreto, es un proyecto basado en romper el estatus legal de protección del sector del taxi, que suele estar tan regulado en España como en Estados Unidos o, para el caso, en el resto del mundo. Personalmente me alegro de que se acabe el monopolio gremial en cualquier sector, pero saltarse la ley a la torera y hacer caso omiso de las normas de un país o una ciudad, suele ser un privilegio que solo está en manos de algunos personajes sobrados de dinero.

Por eso en Europa los innovadores tenemos que acudir a fondos de la Administración Pública para que soporten, al menos en parte, la viabilidad de nuestros proyectores innovadores, que en estos tiempos necesitan de una fuerte inversión en informática para hacerlos atractivos y viables. Es el caso de mi empresa y las de otros que también estuvieron presentes en el evento del Info.

Y, finalmente, una anécdota que refleja precisamente la dificultad de emprender un proyecto disruptivo en nuestro país. Una de las que califico como ‘charlas TED’ del evento, y para mí de la más brillantes, fue la protagonizada por un ejecutivo de Glovo, la empresa multinacional fundada en España, que habló de la complejidad de su algoritmo para optimizar las entregas y de su exitosa implantación en diferentes partes del mundo. Ingenuamente le pregunté a su conclusión cómo se había resuelto finalmente la situación de sus ‘riders’ en el contexto de la nueva ley aprobada recientemente. Su respuesta fue un tanto confusa, pero no quise insistir.

Menos de veinticuatro horas después, leí en El Confidencial que la empresa acababa de enviar una carta a sus grandes clientes, entre ellos Carrefour y McDonalds, que en la práctica implicaría que éstos deberán asumir la responsabilidad laboral que pudiera derivarse de los frecuentes envíos realizados por sus repartidores, responsabilidad de la que se autoexcluiría Glovo, que asume así un papel de mero intermediario. No se conoce aún la reacción de estos grandes clientes de la startup, pero, según expertos citados por ese diario digital, podría dar al traste con su modelo de negocio en nuestro país, basado en lo que los sindicatos califican de ‘falsos autónomos’. 

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