La Opinión de Murcia

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Andrés Torres

Cartagena D.F.

Andrés Torres

Las princesas ya no quieren ser niñas

La ciudad de imperios y destino de reyes se congratula de recibir a los más de 200 integrantes de todo el mundo que conforman Tuna España, a los que podremos escuchar el próximo sábado 14 de mayo en el auditorio del Parque Torres

Ni siquiera recuerdo de quién era la boda, aunque sí que se celebró en la iglesia del Carmen de Cartagena. Una amiga llevaba el mismo vestido que otra invitada y nada más salir del templo se fue a casa pitando para cambiarse. La otra mujer debió proceder de la misma manera, porque las dos se presentaron en el salón de celebraciones con un traje distinto al que llevaron durante la ceremonia. De ese modo, ambas cumplieron con esa especie de ley no escrita, esa norma social que contempla que dos damas no deben llevar el mismo atuendo en un evento. Nada menos que su majestad doña Letizia la ha abolido por decreto real de las casualidades de la vida esta semana, durante la entrega de los premios que llevan su nombre, en la que se dejó fotografiar con toda la naturalidad del mundo con una de las premiadas, que acudió a recoger su galardón exactamente con la misma prenda que ella. En realidad, doña Letizia nos tiene más que acostumbrados a hacer trizas los cánones y estereotipos de la realeza desde el mismo momento en que anunció su noviazgo y compromiso con el entonces príncipe Felipe. O cuando impuso su criterio en público al de doña Sofía sobre cómo posar para una foto de familia.

La casual coincidencia en la vestimenta ha dado mucho que hablar y algunos se han escandalizado más que el niño al que no le importó pasar por tonto al señalar que el nuevo, flamante y espectacular traje del emperador no era más que una estafa y que, en realidad, iba desnudo. Sin necesidad de rasgarse ninguna vestidura, no cuesta nada admitir que la casualidad saltaba a la vista y resultaba chocante, pero lo que realmente supone un cambio es que este episodio constata que la princesas ya no quieren ser niñas que sueñan con ser princesas. 

Sí, ya sé que Sabina no lo cantaba así exactamente, pero ser la heredera al trono ya no es lo que era, como lo evidencian los cincuenta euros que cuesta el vestido que llevaba la reina, comprado en una franquicia de ropa que se puede permitir cualquier hijo de vecino al que no le aplasten los recibos de la luz, que no se ahogue en los dígitos de los surtidores de gasoil cuando llenan los depósitos de sus coches o que no se asfixie con el precio de la bolsa de la compra. La revolución francesa sigue vigente y, gracias a Dios, no se pasa a ningún monarca por la guillotina, pero la distancia social entre los reyes y sus súbditos dista mucho de ser la que era ya no en tiempos de Luis XVI, sino en los de el emérito Juan Carlos I, con muchas más dispensas y, sobre todo, menos miradas sobre él que las que tiene su hijo a día de hoy. 

Don Felipe no va a caer en la trampa de desfilar desnudo ante el pueblo sin darse cuenta, pero sí se ha visto presionado y obligado a dejar sus cuentas al descubierto. No es que se haya quedado precisamente sin un euro, porque los 2,5 millones que tiene ahorrados dan para algún que otro palacio, aunque sea pequeño, pero no sé yo si lo de que todo el mundo sepa el dinero que tienes en el banco es una prerrogativa por su condición real o una desventaja. No creo que le quite mucho el sueño este tema, pero sí le tocará profundamente las narices si lo considera una intromisión en su derecho a la privacidad, que ese sí que lo tenemos cualquier hijo de vecino. Bueno, cualquiera menos Pere Aragonés. Ni tampoco el mismísimo presidente del Gobierno y algunos de sus ministros. Ni Gerard Piqué ni Luis Rubiales. A ver si va a a ser que todos hemos perdido el control de nuestras cuentas y nuestros cuentos y vamos a dejar de comer perdices para experimentar un empacho de nuestras miserias ocultas en los gigas de nuestros ‘smartphones’.

Por el momento, el único que parece conservar la grandeza de ser el rey de Europa es el Real Madrid, al que todos temen en su palacio y que exhibe un poder absoluto incluso cuando muchos lo dan por gillotinado.

Las niñas ya no quieren ser princesas o viceversa, porque los príncipes son cada vez menos azules y los reyes de los niños se llaman Messi, Ronaldo, Mbappe y ya no llevan corona, sino que visten de blanco o de blaugrana. Las damas de la nobleza ya no visten solo trajes de alta costura, ni tienen quienes les canten bajo su balcón canciones de amor, como las de los tunos que las agasajaban con clavelitos y reclamaban la miel de sus boquitas. Quizá por eso, estos trovadores del amor platónico también escasean cada vez más en nuestras universidades. Afortunadamente, los jóvenes estudiantes de entonces han cogido sus bandurrias y sus guitarras y, ya veteranos, se han ido con su música a otra parte, en busca de otras conquistas y otros fines. 

Cartagena, ciudad de imperios y destino de reyes, se congratula de recibir a los más de 200 integrantes de todo el mundo que conforman Tuna España, a los que podremos ecuchar en el concierto que ofrecen el próximo sábado 14 de mayo en el auditorio del Parque Torres, por solo cinco euros que irán destinados íntegramente al asilo de ancianos de las Hermanitas de los Pobres. Podemos sumarnos a sus voces y cantar a nuestras amadas desde el corazón, porque aunque su traje sea del montón, depende de nosotros que se sientan como unas auténticas reinas.

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