La Opinión de Murcia

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Belén Unzurrunzaga

Salud y rockandroll

Belen Unzurrunzaga

La educación es como una erección, si la tienes se nota

Belén Unzurrunzaga.

Esta semana llovía en Madrid, mucho además; soy de ir andando a todos lados pero odio los paraguas. Cogí un taxi ya no recuerdo a dónde iba o de donde venía, nos paramos en un semáforo en una calle noble, con hoteles de lujo y gente de bien. Ya no hay mamparas dentro del taxi, ni botes de gel, hay sensación de amplitud, a pesar de la mascarilla. Un coche parado, el semáforo se puso en verde y dos gañanes sin más se pusieron a gritarle al coche tonto del culo e imbécil. ¿Motivo? No se apartó lo suficientemente rápido para dar paso a una ambulancia que venía por detrás con una emergencia.

La violencia verbal de los dos infraseres me dejó perpleja. Seguro que son de los que al entrar en cualquier sitio no dicen buenos días, o pitan al de delante nada más ponerse un semáforo en verde. ¿Saben? Esa clase de personas. Esas que tienen la verdad absoluta, ni una pizca de educación y están por civilizar. ¿Esa gente a qué contenedor va?

Lluvia, ruido, mucho caos al volante, insultos... el día me hizo estresarme, las prisas, el egoísmo nos hace ir demasiado rápido y vamos arrasando.

En la cola del supermercado cuando tienen que meter la compra en bolsas y todo va demasiado rápido, ¿no se agobian? Aún no tienes la compra metida del todo, ya te han puesto el importe para pagar con tarjeta, están apartando tus cosas, porque viene el siguiente y todo va deprisa. ¿Por qué? me pregunto. O los gritos en el control de equipajes de Atocha (¿por qué es tan hostil?), sea a la hora que sea. Te hacen casi quedarte en pelotas mientras pasas tu maleta por el escáner, te cachean sin tocarte y corriendo tienes que recogerlo todo porque enseguida te come la maleta y el abrigo del siguiente. Y así con todo.

Vamos por la vida sin pararnos a mirar a quien nos atiende en cualquier mostrador, ya no decimos buenos días o que aproveche cuando entramos a un lugar donde alguien está comiendo.

O en el metro, todos mirando nuestras pantallas o libros, aislados entre nosotros, sin levantar la cabeza en ningún momento, mientras suena un violín a través de un amplificador portátil que lleva una dirección de instagram en el lateral, tocado por alguien que no recordaremos y que intenta sacarse algo de dinero de vagón y vagón. Siempre me da pudor cuando algún músico dice: Hola, buenos días, disculpen las molestias, y nadie le hace caso.

Si nos prestáramos un poco de atención el mundo sería más amable, más humano y menos raro, como cantaba María Jiménez. Hemos vuelto a lo grande, sin pudor a ser desagradables. No quiero ser catastrofista, pero les estamos dejando a los que vienen por detrás un mundo del que, al menos yo, me querría bajar a la primera de cambio. Es un hecho, estamos deshumanizados, los buenos propósitos nos duran poco, olvidamos con facilidad, y volvemos a las andadas de dejarnos comer por la rutina, la vida rápida y pasar de puntillas por este mundo de locos, sin pararnos a ser amables, a decir ‘gracias’, o ‘que tenga buen día’. Parece sencillo pero se nos hace bola y preferimos vivir en nuestras burbujas de egoísmo.

Por mi parte seguiré dando los buenos días aunque nadie responda, o sujetando la puerta para que salgas o entres si vas con prisa, seré incapaz de pitar si el semáforo se pone en verde y el de delante tarda unos segundos en reaccionar. Tómense la vida con un poco de humor y simpatía, la hostias vienen solas y juntas, hagamos esto algo más soportable, sonrían y no sean como los dos infraseres del paso de peatones; se nota que no han tenido una erección en su vida, ya me entienden.

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