La Opinión de Murcia

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Menuda Historia

Mañana es el Día del Disco

Este sábado no será un día especial solo para librerías, editoriales y gente del mundo de las letras en general en Catalunya. Por cosas del calendario, este año coincide en toda España con la jornada dedicada a las tiendas de discos

La Voz de su Amo (1899), de Francis Barraud.

Mañana es Sant Jordi, o lo que es lo mismo en Catalunya, el día de la rosa y el libro. Siempre hay quien se queja de que es una jornada demasiado comercial, en la que solo se busca vender muchos ejemplares, pero precisamente por esa razón se creó en 1926 la fiesta. La idea fue de Vicent Clavel Andrés, un editor valenciano afincado en Barcelona, que quería promocionar el sector editorial. Primero propuso el 7 de octubre, la fecha del nacimiento de Cervantes. Pero como en otoño llueve, en 1930 se trasladó al día de la muerte del padre de Don Quijote, que entonces se creía que se había producido el 23 de abril (en realidad, el deceso fue el día anterior). En un principio, el evento fue apadrinado por la dictadura de Primo de Rivera para potenciar el patriotismo español; pero en el único lugar donde funcionó el día fue en Catalunya, donde además coincidía con Sant Jordi, patrón de la Corona de Aragón. Y a estas alturas ya nadie discute que la jornada forma parte de la identidad catalana en su sentido más amplio.

Cuando estalló la revolución digital y pareció que el libro físico pasaría a mejor vida, surgieron dudas sobre qué tenía que hacerse con el 23 de abril, pero a pesar de todas las modernidades tecnológicas, mucha gente todavía prefiere disfrutar del tacto (y el olor) de las páginas impresas y encuadernadas, en vez de pegar la nariz a una pantalla. En cambio, en la música, el consumo digital ha arrasado y la mayoría la escuchamos a través de plataformas de internet. Sin embargo, en los últimos tiempos está creciendo el número de personas que vuelven a comprar discos de vinilo porque, poco a poco, se está produciendo un redescubrimiento del objeto. Y al igual que en 1926 lo hizo Clavel, en 2008 se empezaron a reivindicar los discos. La idea surgió a raíz de un encuentro entre Chris Brown, propietario de una tienda de Portland llamada Bull Moose, y Eric Levin, de Criminal Records. Acordaron que cada tercer sábado de abril organizarían eventos, conciertos y lanzamientos de nuevos discos para promocionar los establecimientos. La propuesta enseguida tuvo muy buena acogida y en 2014 ya se registró un pico de ventas de álbumes físicos en un solo día en Estados Unidos como no se había visto en años.

De la misma forma que hemos normalizado grabar imágenes con una cámara de fotografiar o de vídeo, a nadie sorprende que se puedan grabar sonidos. Pero este avance tecnológico es relativamente reciente si lo ponemos en el contexto del largo camino que lleva recorriendo la humanidad desde la prehistoria.

Los primeros intentos se llevaron a cabo a mediados del siglo XIX, con el fonoautógrafo, un aparato que a pesar de ser capaz de registrar el sonido a través de las vibraciones, después no podía reproducirlo. Algo más tarde, en 1878, Edison patentó el fonógrafo, que permitía grabar la música en unos cilindros, que primero fueron de cartón y después de cera sólida, un material más resistente pero igualmente maleable.

La década siguiente, Emile Berliner, un inmigrante alemán instalado en EE UU, desarrolló un invento que sería definitivo para el éxito de la música grabada. Pero para ello tuvo que invertir muchos años. Fascinado por la transmisión del sonido y la voz, primero formó parte del equipo de trabajadores de Alexander Graham Bell, hasta que en 1883 se estableció por su cuenta. En 1887 presentó al mundo su artilugio: el gramófono. Enseguida fue motivo de disputas legales, entre otras con Edison, que lo veía como una seria competencia y quería frenar su comercialización acusándole de plagio. Entonces, para poder continuar con su negocio, se trasladó a Canadá, donde fundó la Berliner Gramophone Company. Su logo, con un perro escuchando la trompa del aparato (basado en La Voz de su Amo, la pintura de Francis Barraud), se haría famoso en todo el mundo.

A partir de 1925 el gramófono incorporó un motor eléctrico, lo que permitió que el plato girara a una velocidad constante de 33, 45 o 78 revoluciones por minuto. Era un paso definitivo para que después de la Segunda Guerra Mundial acabaran triunfando los discos de vinilo, que siguen adorando los melómanos del siglo XXI.

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