La Opinión de Murcia

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Las fuerzas del mal

Todo es perfecto

Mientras escribo, el niño de pueblo se asoma a hombros de su abuelo un jueves antes del Viernes de Dolores, día en que, como todo el mundo sabe, la Semana Santa empieza en Lorca y, asomándose, ese niño quiere gritarles, con su lengua de trapo las divisas aprendidas, que viva la Virgen de los Dolores y que viva el Paso Azul, y ustedes deberían responder diligentemente «Viva» si estuvieran con él en esa noche. Tengo que decirle a ese niño que no moleste, que estamos hablando los mayores y que eso, que está muy bien, ahora no toca.

Trato de ser completamente serio y de sacar una idea para un artículo, pero ahora mismo tengo los ojos arrasados por las lágrimas de una extraña emoción, mientras ese mismo niño que no deja de rondar, ya un poco más mayor, se fija en lo enrevesado de un retablo barroco. Estoy intentando escribir en ese mismo lugar, pero él me señala la cera y sus caprichosas formas al consumirse la vela que lleva en una tarde de Sábado de Pasión mientras suena una oración (Salve Regina, Mater misericordia) que todavía no puede entender pero que ya puede cantar, en esa música que es específica para ese día. El abuelo todavía está ahí y él es el último de un cortejo familiar circunspecto que reza por otros que ya no están, pero eso él solo lo sabrá después, cuando se dé cuenta que reza por su abuelo, que ya no está.

Intento pensar en otra cosa, en ese artículo que seguramente tendré que trabajar de madrugada, porque me pilla el toro, como al chaval, ya adolescente, que le quitó horas al sueño para poder quedarse a limpiar el manto que luego llevará el caballo, el casco que lucirá el romano, el carro que será el asombro y que tiene que levantarse al grito de su madre porque hay que ir a comer en Domingo de Ramos, pero trigo no, que es lo que comen los blancos, para luego ir a los palcos a dejarse la voz, a gritar, ya sin lengua de trapo, que viva el Paso Azul.

No hay manera, ni con el criajo de medias palabras, ni con el niño observador, ni con el adolescente enfervorizado que se sabe los argumentos de lo infinitamente mejor que son los azules que siempre le enseñó la abuela que está y que, al mismo tiempo que finge escandalizarse de las barbaridades que han dicho en el palco contrario te pide el detalle minucioso de todo lo acontecido y el porqué de la rabia blanca ante el evidente triunfo azul.

Tengo que abandonar ante la visión del aire que se contiene en los varales del palio del trono que me va a tocar portar esta noche de Viernes de Dolores. Entonces recuerdo que un hombre joven, enfadado con el mundo, decidió que en ese sitio y en esa exacta atmósfera estaba su lugar de paz entre tanta tribulación.

Las lágrimas siguen y todo es perfecto.

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