La Opinión de Murcia

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ESCARABAJAL, DIONISIO

Jodido pero contento

Dionisio Escarabajal

Mirando al pajarito

Los portavoces de Elon Musk anunciaron que su objetivo al entrar en Twitter era permanecer como inversor pasivo, pero los hechos desmienten cada día que esa sea su intención real

Elon Musk

Definitivamente Elon Musk, conocido mayormente por ser el emprendedor detrás de Tesla, no deja de sorprender y alimentar los canales de noticias. Lo mismo suelta un tuit diciendo que España podría ser la mayor fuente de energías renovables del mundo, que decide enviar cientos de sus pequeños satélites Starlink a Ucrania para asegurar a los ucranianos la conexión a internet independientemente de las infraestructuras terrestres acribilladas por los misiles rusos. Claro que, según consta, trabaja cien horas a la semana, y eso tiene que dar para mucho necesariamente.

Mucho de lo que hace Elon Musk viene motivado por su pique con otro billonario y visionario, de nombre Jezz Bezos, con ascendientes cubanos y cabeza visible de ese imperio del comercio online conocido como Amazon. Sea fruto del pique o no, ambos han creado sendas compañías orientadas a explotar el negocio emergente de los viajes al espacio, SpaceX y Blue Origin, respectivamente. En otro campo, Jezz Besos se hizo con la joya de la corona del periodismo norteamericano, el Washintong Post, célebre, entre otras cosas, por haber destapado el caso Watergate, aun a riesgo de su propia integridad empresarial. Como respuesta, Elon Musk se ha gastado la friolera de dos mil millones de dólares esta semana para convertirse en el principal accionista de Twitter, la red social fundada por Jack Dorsey, que actualmente mantiene un paquete similar de acciones al que ahora posee Elon Musk: alrededor de un 9%.

El significado real y la repercusión posterior de esta compra está todavía por ver. Inicialmente, los portavoces del dueño de Tesla anunciaron que su objetivo era permanecer como inversor pasivo, pero los hechos desmienten cada día que esa sea su intención real, como no podía ser de otra manera en el caso de un tuitero compulsivo y billonario hiperactivo. Elon Musk conoce el poder de un tuit de primera mano. En un momento en que las acciones de Tesla bajaban en Bolsa, anunció que iba a comprarlas todas, junto con el fondo soberano saudí, y privatizar la empresa. Eso hizo aumentar rápidamente el valor de las acciones. Si hubiera vendido en ese momento, el emprendedor compulsivo habría ganado miles de millones de dólares por solo ese tuit. Por ello recibió una dura reprimenda por parte del organismo que regula los mercados financieros en Estados Unidos. Cuando dos mil millones de dólares son calderilla para ti, te puedes comprar un montón de cosas. Eso es lo que ha hecho, porque quiere y puede, la persona más rica del planeta esta semana.

Por lo pronto ya ha decidido cambiar de postura y dejarse ceder un puesto en el Consejo de Administración de la compañía del pajarito. También ha comunicado a sus ochenta millones de seguidores, que iba a impulsar la implementación de una funcionalidad, presente en otras redes sociales, para permitir editar un tuit posteriormente a su publicación. Probablemente eso ahorrará muchos disgustos a tuiteros compulsivos, como Donald Trump (antes de ser expulsado definitivamente de la red) o, para el caso, él mismo. También ha organizado, de la mano del CEO y fundador, Jack Dorsey, lo que se conoce como una AMA (’ask me anything’), un foro abierto en el que cualquier empleado de la compañía, tenga el rango que tenga, puede preguntar cualquier cosa, por comprometida que sea la pregunta. Todo esto tiene más pinta de entronización de un socio de referencia que de un inversor pasivo.

La entrada de Elon Musk en un medio de comunicación tan influyente como Twitter, puede tener importantes repercusiones en el divisivo enfrentamiento civil que se vive actualmente en Estados Unidos, y en un momento crítico para el mundo. Es conocida la postura libertaria del magnate de los coches eléctricos en relación con la libertad de opinión. Esta posición va en contra de los últimos movimientos protagonizados por las redes sociales en su conjunto, en el sentido de limitar la publicación de opiniones racistas o que inciten al odio o a la violencia. En definitiva, la sociedad y sus representantes políticos han exigido a las empresas que soportan las redes sociales, que censuren las publicaciones de sus usuarios y que controlen los algoritmos que permiten a la gente agruparse por lo que detestan. En este sentido, las redes sociales no son nada nuevo: se viraliza mejor la noticia de que un hombre ha mordido a un perro, que la no noticia de que un perro ha mordido a un hombre. El amarillismo de los medios de comunicación es un clásico. Lo amarillo vende, como demuestran los tabloides británicos. Pero las redes sociales no tienen detrás una empresa que pueda pagar los daños al honor que se infligen a una persona o a una entidad. Lo que hay detrás de una cadena de insultos o de informaciones difamatorias puede ser un grupo de trolls, independientes unos de otros, que no se juegan nada porque son desgraciados que no tienen donde caerse muertos. 

La postura libertaria de Elon Musk, a la que yo apoyo en general, podría acarrear, entre otras cosas, la vuelta a Twitter de personajes como Donald Trump, especialmente si los republicanos recuperan, como se espera, el control del Congreso en las elecciones del próximo mes de noviembre. Donald Trump ha intentado, y fracasado hasta ahora, crear su propia red social, como también dijo Elon Musk que era su intención antes de cambiar de postura e invertir en una red ya establecida como Twitter (una apuesta más segura e inteligente). Y es que, bajo un mismo principio de defensa de la libertad de expresión, la dinámica de las cosas puede conducir a resultados muy diferentes. Los tuits fueron la herramienta que los revolucionarios de la primavera árabe utilizaron para su movilización. Por eso los chinos y otras autocracias, como Irán, tienen vetada esta red social. Pero en distintas manos, como en la de los supremacistas blancos envalentonados por el apoyo de Donald Trump, puede convertirse en un instrumento que fomente el odio contra las minorías raciales o la disidencia de género. 

De momento, la partida no la gana Twitter ni de lejos, con sus ‘escasos’ 300 millones de usuarios, ni tan siquiera Facebook con sus 2.000 millones a la baja. El futuro, por lo que se ve, pertenece a Whatsapp y Tiktok. En Whatsapp te puede insultar poca gente (solo los que tú consientas como contactos), mientras que en TikTok te puedes deleitar viendo como el Ginés, la sensación de los últimos tiempos, hace sus bocadillos de flauta abriéndoles con su faca albaceteña y empapando la barra de pan con cantidades muy generosas de aceite de oliva.

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