La Opinión de Murcia

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Santiago Delgado

De vuelta

Santiago Delgado

Cacho, adiós

Quizá yo sea el menos ‘quién’ para escribir de Cacho, de José Luis Cacho, pintor y filósofo, o viceversa. Sí lo supe siempre miembro activo de la movida del arte en esta capital, suya y mía. Quizá más suya que mía, dada mi idiosincrasia poco extrovertida. Creo que la suya padecía del mismo patógeno. Creo, digo, porque únicamente lo conocí de vistas y de oídas. Pero hablemos de Cacho, del pintor, no de este cronista. Ha fallecido, en un hospital público. Le va bien a su biografía. Ya podemos hacer su biografía.

Yo tengo una sola ocasión de contacto con él, y la voy a exponer para poner mi granito de arena a esa biografía de pintor maldito, si por maldito se entiende no haber pintado para los burgueses y los bancos. Ocurrió en los tiempos heroicos en que la izquierda daba sus primeras batallas en la guerra cultural, años ochenta, claro. Una revista, El Pregonero, creo, pero acaso fuese otra. Alguien sabrá. Se dedicó un número a Don Juan, Don Juan Tenorio. Yo, joven indocumentado e inexperto, y por tanto osado, escribí un largo texto de casi cinco folios. El tema era ‘desmontando a Don Juan’. Lo más fino que decía yo de él era que se trataba, sin duda, de un eyaculador precoz. De la mujer sólo le interesaba ‘poseerla’, en el sentido bíblico, ni conquistarla, ni enamorarla. Una vez rendida, un rapidín, y venga, anotación en la lista. Su oficio, además de Capitán de los Tercios, era el de burlador. Consigue a las mujeres, engañándolas, no con oficio de galantería alguna. Bueno, claro queda. Yo, apenas vi publicado mi alegato, me llevé las manos a la cabeza. Y no por lo posiblemente novedoso del enfoque tenoriano, sino por la longitud de mi texto, a todas luce excesivo de largo y largo. Fue una de las ocasiones en que aprendí la brevedad como excelencia literaria.

Bueno, pues a la salida de la presentación, de esa revista o de otra cosa, en medio del barullo posterior al evento, se me acerca Cacho, modoso y pacífico, y con media voz, me dice:

-¿Qué tiene usted contra Don Juan Tenorio?

Me quedo estupefacto: alguien, y alguien importante, se ha leído mi rollo antimachista sobre el sevillano. Pero, efectivamente, así parecía ser. Tras superar la sorpresa, le respondo:

-No, yo contra Don Juan, nada…

Los puntos suspensivos equivalen a que se acabó la conversación. El maremágnum de los asistentes nos separaron sin saber que iniciábamos conversación. Yo iba a decirle, muy cortés, que, contra la persona de Don Juan, nada; contra el donjuanismo, todo. Subterfugio socorrido para defenderse. Pero no escuchó mi réplica. La vorágine de la tribu escritores /artistas lo raptó. Hoy queda mi agradecimiento por leer aquel alegato excesivo en extensión y farragosidad. Leer aquello fue una hazaña. Su disenso, lo de menos. Gracias, Cacho.

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