La Opinión de Murcia

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Belén Unzurrunzaga

Salud y rock and roll

Belen Unzurrunzaga

Adn macho

Si Paul Newman, Yul Brynner o David Niven levantaran la cabeza, seguro que se avergonzarían de lo ocurrido el pasado domingo en la ceremonia de la entrega de los Oscars. No es que en los tiempos de estos tres actorazos no hubiera líos, rivalidades o enfrentamientos, pero me da que no eran tan histriónicos cómo los protagonistas de la pasada ceremonia, como en los locos años que nos han tocado vivir.

Soy amante del cine desde que era una niña. En otra época de mi vida veía la ceremonia, conocía y había visto las películas nominadas y en algún caso me alegraba casi tanto que algún premiado, pero hace años perdí el interés. No hay una razón de peso, simplemente dejó de ser atractivo todo lo que rodea a Hollywood y al Kodak Theatre. Eso no quita para que cada lunes siguiente bucee en redes para ver los vestidazos, cuáles han sido las películas premiadas, así como alguna anécdota, gesto destacado o momento de la noche.

No vi venir, como tantas cosas en los últimos tiempos, lo ocurrido entre Will Smith y Chris Rock. Ninguno es santo de mi devoción. No he sido seguidora en mi adolescencia de El Príncipe de Bel Air o su terrible rap de entrada y la única película destacable de este señor, para mí, es Siete Almas. Del maestro de ceremonias de la gala poco puedo decir, no entiendo su humor, nunca me ha resultado gracioso; a su trayectoria cinematográfica no le he prestado atención. Pero sin duda el papel de sus vidas lo han interpretado hace unos días, o más bien han destapado sus vergüenzas en público, demostrando que van sobrados de machismo y agresividad y no sé que detesto más, los gestos marichulos o los chistes machistas.

Antes de la agresión, el señor Rock protagonizó otro momento bochornoso; parece que ha pasado más desapercibido pero que nos deja clara su misoginia: «¿Sabéis quién tiene el trabajo más duro esta noche? Javier Bardem y su mujer están nominados hoy los dos. Si ella pierde, él no puede ganar, Bardem está pidiendo a gritos que gane Will Smith, por Dios».

¿Su mujer? Pero qué mierda es esta, tiene nombre, Penélope Cruz, y esa manera de dar a entender que si él gana, ella se enfadará. Sacúdase el machismo que lleva encima, señor Rock. Acto seguido tras esta ‘broma’ machista, se ríe de la enfermedad de Jada Pinkett Smith, haciendo referencia a su calvicie. Y por si no teníamos suficiente, el ‘salvador Smith’ se levantó y le pegó una bofetada en la cara, para rematar la escena diciendo que no hablara de su mujer. ¿No me digan que no les faltaban unos taparrabos a cada uno, una lanza en la mano y el aspecto de un hombre del Paleolítico para entender mejor la escena? Muchos han sido los comentarios que he leído estos días al respecto de lo ocurrido: si fuera mi mujer yo también me habría levantado y le hubiera sacudido, bla bla.

No necesitamos que nos salven, no necesitamos estos comportamientos absolutamente neandertales, de un lado y del otro. Necesitamos que nos respeten, necesitamos que las bromas de mal gusto hacia el físico de las personas desaparezcan, necesitamos que sea la palabra y no la violencia la que nos defienda ante cualquier gesto inapropiado.

Ojalá el señor de la bofetada hubiera salido a recoger su estatuilla haciendo un alegato hacia el respeto, y no entre lágrimas para blanquear una agresión por amor. Eso no es amor, eso es ser un pedazo de carne con ojos, que saca su ADN de macho a pasear ante todos, dejándola a ella de lado, haciéndola invisible.

Aunque para invisibles los premiados y de entre todos destaco a Alberto Mielgo, ganador del Oscar al mejor de corto de animación por El Limpiaparabrisas. Yo, por mi parte, les dejo en el cine del siglo XXI y me vuelvo con Newman, Brynner y Niven.

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