La Opinión de Murcia

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Nos queda la palabra

Maneras de sobrevivir

No ha mucho, cuando el papel no resistía tanto el peso de la incoherencia como ahora lo hacen las redes, cualquier ayuda a una empresa se ligaba a la generación de empleo de calidad. Después, conforme fue avanzando el falso liberalismo, que permite compartir pérdidas pero no beneficios, la subvención tan sólo se unía al mantenimiento de los puestos de trabajo. El verbo crear empleo y el adjetivo de fijo desaparecieron. Más cercano a nuestro siglo, el incentivo se desligó de las plantillas en un salto sin pies ni cabeza hacia el ultraliberalismo más salvaje. En una última pirureta hacia adelante o, más bien, hacia atrás, algunos se llevan las manos a la cabeza porque la aportación del Estado a sus empresas no pueda ser utilizada para despedir. Exclaman por tamaño intervencionismo sin, por supuesto, considerar la inyección económica como tal. Hete aquí el progreso.

Lo que no cambia es el poder de los intermediarios. Ya me pilla mayor para mis hijos, pero a mis nietos, si asoman, nada de regalarles una raqueta o un balón. Nacerán ligeros de equipaje y, como tal, les invitaré a ser intermediarios. No hará falta que vivan en Madrid y ni siquiera que tengan una hermana de presidenta autonómica o en cualquier otro chiringuito para obtener la más suculenta comisión. Tampoco que sus contactos sean con puente aéreo para sacar la mayor tajada posible. Esta semana, por ejemplo, el pimiento en los supermercados de la Región de Murcia está por encima del precio de los plátanos… con y sin volcán.

Se lo llevarán crudo, sin necesidad de pisar la tierra, poner tapas ni de producir en la fábrica. Y, además, disfrutarán del anonimato, pues se esconden, como el común de los mortales, detrás del móvil y, sobre todo, una cuenta bancaria. Cuenta que el resto, por circunstancias del mercado que no alcanzamos a entender, estamos obligados a engrosar.

Entre tanto listo, aquí no hay quien viva y, a este paso, sobreviva.

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