Pero no de coronavirus, que bastante estamos teniendo con una maldita lacra que se resiste a bajar de categoría y quedarse en epidemia de temporada.
Me refiero a la necesidad de infectarnos de esperanza en esta primavera que llegó con la zozobra de un genocidio perpetrado en Ucrania a la vuelta de la esquina de la Unión Europea. Impregnarnos con un toque del elixir del optimismo ante una carestía que promete seguir estrujando nuestras economías domésticas. Y como decía, liberarnos de una vez de esta pandemia que ha cumplido dos años.
No voy a entrar a juzgar las estrategias políticas de los partidos a la hora de enjuiciar las medidas anunciadas tras el Consejo de Ministros de ayer porque, huyendo de loas y de críticas por igual, convendría hacer un ejercicio de equilibrio emocional y dar a estas iniciativas, cuando menos, un crédito de confianza en si conseguirán los objetivos que se proponen o en si quedarán en un fútil ejercicio de trasnochada propaganda.
Les invito a sumarse al beneficio de la duda entre otras razones porque al tratarse de planes concretos, como bajar los carburantes, en vez de recurrir a publicitar propósitos (que de eso ya vamos servidos y escarmentados), el éxito o el fracaso será visible a ojos y bolsillos de todos los españoles en un breve espacio de tiempo: el que tarde en llegar las facturas.
Así que, en dos meses a lo sumo, sabremos si lo de la ‘paguica de la gasolina’ y la ‘isla energética’ nos hace sentirnos como de verano o nos deja en el actual estado de ‘robinsones’ en plan náufrago interpretado por Tom Hanks.
Marzo promete despedirse dejando marcados en nuestras espaldas los latigazos de un IPC adelantado que se conocerá hoy, más alto que febrero pero menor que el que se puede esperar en abril si los primeros efectos del ibuprofeno estatal no bajan la hinchazón de los precios.
Si la terapia funciona, los resultados reales llegarán en mayo, el mes de la flores, mes en el que veremos las ídem brotando de nuestras yermas faltriqueras. O no.
Dicen que la cesta de la compra ha subido por culpa de la energía y ha acelerado el ascenso por la invasión rusa. Argumentos que valen para encarecer cualquier producto o servicio a veces de forma desproporcionada al impacto real y cuantificado que tienen sobre los mismos. Unos incrementos por contagio que se quedarán aunque bajen la luz y los hidrocarburos.
Al tiempo.
