La Opinión de Murcia

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Enrique Arroyas

Dulce jueves

Enrique Arroyas

'La lluvia de la infelicidad', por Enrique Arroyas

A veces la vida se vuelve pesada, plomiza como esta lluvia incesante que dibuja muros en el aire y nos encierra en una tristeza indefinible, o como aquel velo de polvo amarillo que se abatió sobre la ciudad absorbiendo el cielo, borrando el contorno de las cosas y separándonos de la vida como si esta se interrumpiera en una pausa sin sentido y nos dejara colgados a la intemperie. Todo se vuelve borroso. Cae la lluvia como un telón para expulsarnos del mundo que construimos día a día y arrojarnos a la oscuridad entre los fragmentos de la buena vida que tanto nos cuesta imaginar. Atraviesa el día y la noche la lluvia con la terca indiferencia del invierno que se va. 

«Cómo se obstina el muro en su tarea /con cuánta coherencia permanece idéntico a sí mismo /neutral, indiferente, impenetrable», escribe Piedad Bonett en un poema que capta muy bien esa tristeza que surge del cansancio de vivir en los momentos en que tememos que se agote la magia o se evapore el misterio de la luz. Quisiéramos, dice, abrir un agujero en el muro, uno más, vencer a la lluvia para descubrir al otro lado un jardín o un secreto, como tantas veces hemos visto abrirse las nubes delante del sol. 

Quizá esta lluvia sea el grito de una primavera que no quiere nacer y en ella esté contenida el alma del mundo, hoy desgarrada. No es posible permanecer ajenos y por eso sentimos el mismo desaliento. La lluvia puede ser hermosa, alegre, pero esta tiene algo de lúgubre, el alma desangrándose en el cielo para ocultar la belleza de una primavera que hoy no merece el mundo. El alma del mundo, que tanta fuerza tiene en su maravilla, puede ser igualmente poderosa en la expresión del dolor. Todo está conectado y todo adquiere sentido en relación a lo que le precede, le sigue y le rodea. Cada cosa deja su huella y todo es un eco de otra cosa. Esta lluvia es la mensajera de un mundo sin alma. Las imágenes de la guerra impregnan hoy cada hora del día. Las voces de los ucranianos, sufrientes, guerreras, llenan cada grieta del muro. Nos interpelan y es imposible sentirlas ajenas, ni siquiera lejanas. En la lluvia están sus voces.

Con este ánimo he llegado a clase y les he preguntado a los alumnos si son felices. ¿Podéis hacer agujeros en el muro? ¿Podéis ver todavía un secreto o un jardín? ¿Qué hacéis vosotros contra la lluvia? Han hablado de sus miedos, de sus ansiedades. En eso todos nos parecemos. Hablar de la felicidad es hablar de lo que nos separa de ella y de cómo ir en su busca. Al final, la más lista de la clase, una chica que hasta cuando se siente triste consigue hacernos reír, ha dicho que, contra la lluvia coge un paraguas y canta. 

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