La Opinión de Murcia

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Menuda Historia

Lleno, por favor

Cada vez existen más sectores indignados con el precio del combustible. Estos días, por ejemplo, somos testigos de la huelga de transportistas. Por eso vamos a la gasolinera a cargar el depósito con historia

El sector del transporte está en pie de guerra. Con el aumento de los precios de los carburantes ya no les salen los números. Y lo mismo les ocurre a taxistas, agricultores y pescadores, que sin llenar el depósito de sus máquinas no pueden trabajar, y aunque lo hagan tampoco ganarán lo suficiente como para vivir, sin estar con el corazón en un puño por si la escalada continúa.

Los sectores profesionales no son los únicos que sufren el incremento del precio de los combustibles. Estos días, las redes sociales se han llenado de fotos y mensajes de usuarios haciendo notar la diferencia de precio que existe en comparación con semanas atrás. En consecuencia, al igual que ya había ocurrido en otros momentos, todo el mundo circula en busca y captura de la gasolinera más barata para intentar ahorrar un poco porque, por más que haya vehículos híbridos y eléctricos, todavía son mayoría los que necesitan un surtidor para seguir circulando.

Las gasolineras están íntimamente ligadas a la historia del siglo XX. Cuando los primeros automóviles pisaron la carretera, la gente compraba el combustible enlatado en ferreterías, en aquellas tiendas de pueblo donde encontrabas de todo o, directamente, en farmacias. Esto es lo que hizo Bertha Benz en 1888, cuando quiso probar el coche inventado por su marido recorriendo las carreteras alemanas durante más de cien kilómetros para ver a la familia. En ese momento, a nadie se le habría pasado por la cabeza que harían falta unos puntos de avituallamiento para aquellas máquinas con motor de combustión. Es decir, primero existieron los coches y después las gasolineras. De la misma forma que ahora hay vehículos eléctricos pero cuesta la vida encontrar un punto de recarga.

Gasolineras de 1924 que siguen ahí.

Las siete primeras gasolineras que abrió la petrolera Shell en Barcelona en 1924 estaban situadas en el paseo de Gràcia, la plaza de Espanya, la calle del Marqués de Campo Sagrado, la plaza Lesseps, el paseo de Sant Joan, la plaza de la Bonanova y la Rambla de Sant Andreu. Casi un siglo más tarde, algunos de estos puntos de avituallamiento todavía siguen operativos en esa ciudad.


La aparición de las estaciones de servicio fue un efecto colateral de la producción masiva de la factoría Ford. Como se pusieron en circulación tantos automóviles, surgió la necesidad de abastecerlos. Parece que la primera gasolinera abrió en Saint Louis en 1905, y la segunda en Seattle en 1907, año en que se matriculó el primer coche en Barcelona.

En nuestro país, según se explica en el libro Historia de las estaciones de servicio de Cataluña, el pionero fue Ramon Vidal Fitó, que en 1908 abrió un surtidor en las afueras de Badalona. De todas formas, aquí todo iba despacio y quien quería gasolina la seguía comprando en latas de Shell o Standard Oil, que controlaban el mercado peninsular.

La Primera Guerra Mundial impidió que el sector se desarrollara más rápido porque el combustible era un bien escaso, que se distribuía con cuentagotas. Sin embargo, durante la década de los 20, todo se aceleró. La neutralidad española favoreció a la industria. Como Europa estaba paralizada, las factorías iban a toda máquina y ciudades como Barcelona experimentaron un enorme crecimiento; que, en ese caso, además, estaba estimulado por los preparativos de la Exposición Internacional de 1929.

Los coches comenzaban a ser un elemento habitual del paisaje urbano y en 1924 Shell decidió abrir siete surtidores en las principales vías de la capital catalana, pero la política no jugó a su favor. En septiembre del año anterior, en 1923, Primo de Rivera había dado un golpe de Estado e instauró la dictadura. Entre las medidas adoptadas expropió las instalaciones de distribución de combustibles del sector privado para convertirlas en una empresa estatal. 

Fue así como nació la Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos SA, o sea, la Campsa. Funcionó hasta que, en 1992, se privatizó para permitir la libre competencia. Esto tuvo como consecuencia una cierta batalla de precios y comenzó una etapa en la que todo el mundo estaba pendiente de dónde podía encontrar la gasolina más barata. Poco a poco, sin embargo, el coste de los combustibles derivados del petróleo se fue homogeneizando por la parte alta. Además, la aparición de nuevos vehículos más eficientes permitía un cierto ahorro. Pero ahora, con esta escalada de precios, a poco que se consuma, a la hora de pasar por caja parece que te arranquen una muela. Y apenas quedan dientes.  

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