La Opinión de Murcia

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La cápsula del tiempo

Aquella maravillosa finca que fue Torre Guil

Torre Guil hoy.

Para mi buen amigo José Miguel Martínez Carrión, quien me ha sugerido el tema, la hacienda Torre Guil fue una de las modélicas explotaciones agrícolas de finales del siglo XIX, objeto de su tesis doctoral (Crecimiento económico y desarrollo agrario de la Región de Murcia, 1850-1935); en ella mostraba la importancia de las transformaciones agrarias y reflejó, con numerosas descripciones de la época, las nuevas tecnologías y artefactos modernos que los grandes propietarios agrícolas difundieron desde mediados del siglo XIX. Ésta, junto a algunas otras, fueron la expresión de nuestra incipiente burguesía agraria. También él me ha dado un subtítulo para el artículo de hoy: In memoriam del patrimonio agrario y las haciendas rurales.

Y lo enunciamos en pasado, pues sólo el recuerdo de lo que fue queda en la memoria de los que alguna vez la conocimos, en el inicio de su total decadencia. A día de hoy, si preguntáramos por Torre Guil la mayoría de murcianos nos indicarían como llegar a la moderna urbanización que lleva este nombre, el mismo que, desde al menos el siglo XVII, ha llevado esta hacienda con su noble casa-torre, irreconocible ahora, cuyas ruinas todavía se pueden ver frente al desvío hacia la urbanización.

El nombre de la finca o hacienda proviene del apellido de sus primeros propietarios, los Guil, que son mencionados por el Licenciado Cascales en sus Discursos Históricos de la Ciudad de Murcia, unos caballeros de origen navarro que llegarían a nuestras tierras en el siglo XIII, sirviendo a la corona aragonesa. 

En los planos de principios del XVIII queda reflejada la existencia de varios lugares denominados Guil en la zona entre el río Sangonera y El Palmar. Nombre que finalmente ostentó esta gran finca, cuya extensión llegaba de norte a sur desde la antigua carretera de Lorca (hoy N-340) hasta la cima de Carrascoy y de este a oeste iba desde el Barranco Blanco hasta la finca de Los Labradores. 

Aunque por algunos elementos arquitectónicos, de inconfundible estilo barroco que, hasta no hace mucho, conservaba la casona, podemos datar la construcción principal en esta centuria del 1700, como explotación agrícola su máximo esplendor lo alcanzará a mediados del siglo XIX, de manos de la familia D’Estoup (castellanizada como Estor), ricos comerciantes de origen francés asentados en Murcia a principios del siglo XVIII, atraídos por el negocio sedero. 

Sería don Manuel D’Estoup y Cairón, notable político y hombre culto e inquieto, quien modernizara con los últimos avances mecánicos la que en 1882 era considerada como «el mayor establecimiento agrícola que existe en la provincia». En Torre Guil se cultivaban cereales, olivos y algunas vides, contando con arbolado y frutales en el entorno de la casa (higueras, palmeras, almendra, algarroba, albaricoques), exhibiendo modernos artefactos y maquinaria agrícola traída del extranjero, así como una serie de instalaciones (aljibes, graneros, secaderos, etc.) modélicas para su época, las mismas que, a pesar de su gran interés, a día de hoy se van perdiendo junto con la singular y supuestamente protegida arquitectura de su casa-torre. 

Como curiosidad apuntar que en la Exposición Universal celebrada en Barcelona en 1888 llegó a cosechar una Medalla de Oro, por la excelente calidad de la fabricación de su aceite. La cotización del preciado oro líquido de Torre Guil era de 14 pesetas la arroba, cuando el de Andalucía se cotizaba a 12 pesetas.

Del mismo modo que se enriquecía la hacienda, la casa-torre iba ganando en magnificencia; baste decir que en 1936, y ya en manos de otra familia, los González -Conde, las obras de arte que fueron requisadas para su preservación por la Junta de Incautación, al convertirse Torre Guil en acuartelamiento durante la Guerra Civil, estaba compuesta por unos 250 cuadros de distintas épocas y escuelas, algunos de firmas tan importantes como Vicente López, Maella, Orrente o Gilarte, como parte de la gran pinacoteca privada, en su época considerada la segunda mejor de España, que los D’Estoup habían conseguido coleccionar y que jamás volvieron a verse reunidas. 

Tras este periodo, los sucesivos cambios de propiedad y de uso supusieron el declive de aquella espléndida hacienda, orgullo de la agricultura en Murcia.

La historia de este enclave y de los D’Estoup da para mucho más que un simple artículo, para aquellos curiosos que deseen ampliar la información hay algunos interesantes apuntes por la red.

Vemos con tristeza la desaparición, y sumamos otra más, de este testimonio de un momento histórico único en el uso del suelo, la producción y el aprovechamiento de los recursos hídricos, unido al abandono y la decadencia, prácticamente destrucción, que hoy nos lleva a llorar la pérdida de este patrimonio murciano, sin que su grado de protección oficial y las numerosas denuncias de los últimos años hayan dado ningún resultado.

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