La Opinión de Murcia

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Divinas palabras

Solo podemos pedir la paz

SOLO PODEMOS PEDIR LA PAZ

El texto que el leccionario nos propone el tercer domingo de cuaresma de este ciclo B está puesto ahí desde la óptica de la necesidad de la conversión. A Jesús le cuentan que Pilato mandó a asesinar a unos galileos que protestaban contra sus acciones y le interrogan por el sentido de esas muertes. El marco mental que opera aquí es el de la retribución por los propios actos. Implícitamente, quienes interrogan a Jesús cuestionan ese marco: «Si los que protestan por la injusticia mueren, qué plan tiene Dios con eso». En el fondo, atribuyen algún tipo de pecado a esa acción, puesto que el resultado ha sido la muerte. Jesús incluye otro episodio, el de los dieciocho que murieron al ser aplastados por la torre de vigilancia de Siloé. Según Jesús, ni estos ni aquellos son más pecadores que el resto, por tanto, sus muertes nada tienen que ver con un castigo por sus acciones. La necesidad de conversión es universal, que unos mueran y otros no nada tiene que ver con una decisión divina.

La mentalidad que Lucas atribuye a Jesús, y no nos cabe duda de que este es un pasaje histórico, se sale completamente de los marcos de referencia del judaísmo tradicional que atribuye un vínculo entre el orden moral y el orden físico por el que si alguien tiene una conducta inmoral acabará teniendo un castigo en su vida, sea este una enfermedad, una desgracia o la propia muerte. Este marco de referencia religioso fue puesto en cuestión en obras como el libro de Job o el Eclesiastés, pero en el pensamiento estandarizado judío y especialmente en el vulgo seguía teniendo predicamento.

Si alguien sufre un mal es por castigo por sus pecados. Este es el marco que Jesús no acepta: el mal físico y social no es un castigo por los pecados propios o familiares, sino que son ocasión para que se manifieste más vivamente el amor de Dios a los pobres y sufrientes. Por eso, les dice Jesús, todos necesitamos conversión, para poder entender que Dios no se pliega a nuestra forma de entender el mundo, sino que los caminos de Dios son inescrutables para nosotros. Tendemos a atribuirle actitudes humanas, pero nada de eso se le acerca ni lo más mínimo. Jesús desmonta ese marco mental y nos instala en otro radicalmente distinto. De la misma manera que no hay continuidad entre el orden moral y el físico, tampoco la hay con el metafísico.

La propuesta de Jesús es así, radicalmente moderna, más aún que Kant, quien recupera a Dios a través de la razón práctica. En Jesús, la acción de Dios es por kénosis, es decir, por anonadamiento. Dios se hace nada en medio de los nadie para que los hombres encuentren el camino de la salvación en el compromiso con lo radicalmente humano. Dios no interviene en los procesos físicos; es su sustento como Creador. Dios no castiga el mal; se identifica con los que lo sufren. Dios no interviene en la historia de forma exógena; se implica tomando lo humano, encarnándose.

Por tanto, es inútil rogar por la lluvia, contra la pandemia o para parar la guerra. La única oración que Jesús nos enseña nos implica como hijos y hermanos en un mundo necesitado de paz. Solo podemos pedir la paz.

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