En el interior de Ucrania sobreviven los rescoldos de un pueblo guerrero que conquistó gran parte de Asia y Europa Oriental en el Medievo, constituyendo en aquellos siglos una potencia militar infranqueable de la que se sirvieron no pocos reyes y príncipes para afianzar su poder. Son los cosacos, denominación que constituye por sí misma un adjetivo que nos habla de bravura, de fuerza indomable, de agresividad. Esta semana entrevistaban a un grupo de descendientes de aquellos cosacos en una provincia ucraniana amenazada por la invasión rusa, cuyas fuerzas terrestres están cercando el territorio para lanzar en pocas semanas un ataque devastador.

Los cosacos de la zona andan en estos momentos muy ocupados fabricando cócteles molotov para atacar a los rusos. No para defenderse; para atacarlos en cuanto asomen por el horizonte, que ellos son cosacos, coño, no cooperantes de ONG. Uno de ellos mostraba su estupor de esta guisa a un periodista enviado a la zona: «¿A dónde creen que van estos rusos? ¿No ven que los vamos a quemar vivos a todos?», A esta gente hay que pertrecharla debidamente y, a poder ser, con armamento pesado para que puedan enfrentarse a la amenaza rusa con la dignidad que su historia y su legado sin duda merecen.

Sin embargo, los descendientes de Tarás Bulba no contaban con Sánchez y su banda, que hasta el último momento han estado evitando hablar de armas porque la izquierda española, como es bien sabido, es dialogante, inclusiva, resiliente, feminista, pacifista y con un alto grado de ecosostenibilidad. Pero como España está dentro de Europa y hay decisiones que trascienden lo nacional, el Gobierno socialcomunista se ha visto obligado a enviar armas a Ucrania y no de las que matan poquito, como diría Gila, sino de las que matan a la gente porque disparan de verdad.

El envío de armas a Ucrania ha puesto de manifiesto, nuevamente, el alto grado de esquizofrenia existente en el seno de un Gobierno de coalición esclavo de su pasado, cuando los partidos que lo forman salían a las calles a protestar contra la guerra, que es algo así como protestar contra la ley de la gravedad. Porque el problema en Ucrania no es que haya un conflicto bélico así, en abstracto. Lo que existe allí es una guerra de exterminio lanzada por un tirano comunista dispuesto a reventar el planeta entero si fuera necesario. ¿Qué proponen los comunistas españoles, entonces? Pues, naturalmente, apoyar al tirano, toda una tradición inveterada que la ultraizquierda española observa con fervor casi religioso, siempre que el asesino de masas sea de izquierdas, como es natural.

Iglesias, que es el que manda en el heteropatriarcado de Podemos, ha ordenado protestar por el envío de armas a Ucrania y ahí están sus chicas, haciendo el papelón de su vida proponiendo más feminismo y diplomacia de precisión. Habría que escucharlas si las tropas estadounidenses estuvieran bombardeando Caracas o La Habana, a ver entonces dónde iba a quedar el pacifismo y la sostenibilidad.

Pero los ridículos de la extrema izquierda son su patrimonio y el de sus votantes, no algo que deba preocupar a la gente normal. El único problema con este nuevo ridículo de los radicales de Iglesias es que están en el Gobierno y, en consecuencia, desprestigian a España entera. Yolanda Díaz parece ser la única que ha entendido algo. Que disfrute lo que queda de legislatura porque en cuanto se convoquen elecciones se la van a cargar. Y es que cuando los comunistas se ponen a saldar cuentas entre ellos, ninguno quiere la paz.