La Opinión de Murcia

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Tribuna libre

El plan

Desde enero todas las empresas de más de cincuenta personas trabajadoras deben tener un plan de que garantice la igualdad de trato, de oportunidades y que no nos catalogue por manidos estereotipos

Desde que tengo conciencia, siempre he tenido un plan. El primero que recuerdo es que, en uno de esos juegos de papiroflexia de varias opciones, iba a ser princesa, me casaría con mi vecino Lolo y tendríamos cuatro hijos. Tenía 8 o 9 años, reconozco que no era muy elaborado. O quizás sí, solo que no lo había elaborado yo, una niña de barrio humilde que entendía que para prosperar tenía que tener dinero y que este no vendría trabajando en lo mismo que mis padres y a la que le habían convencido que casarse y tener hijos era su único futuro.

Como la infancia antes duraba mucho, ese plan aguantó bastante, aunque hacía muchas aguas y fue modelándose. Cuando comprendí que lo de los reinos no era para todos, cambié princesa por rica, sin más, y de un plumazo a Lolo por un actor famoso (o cantante, iba variando); sin embargo, el plan seguía siendo más de la sociedad que mío, porque no contemplaba que yo fuera la fuente de mi economía.

Tuve mucha suerte, muchísima, porque mi familia estaba un poco desviada de la sociedad. Mi madre, con 15 años, sirvió en casa de unos ‘señoritos’ y descubrió que las niñas que cuidaba, estudiaron y pasó a tener que llamarlas señoras; así que se empeñó en que todos los hermanos estudiásemos algo que mi padre también defendía. Eso hizo que el plan, sin yo darme cuenta, fuera poco a poco más mío que de otros: Quería ser médico, iba a tener una profesión. Y de otro plumazo acabé con la necesidad de que alguien me mantuviese y de que siquiera yo necesitase a ese alguien.

El plan se mantuvo, estudié medicina y los ‘alguien’ vinieron y se fueron como parte de mi vida, no como mi única vida. Pudiera parecer que ya está, que conseguí llegar a la meta, pero no, porque mientras hay vida hay plan. Cuando comencé a trabajar pasaron dos cosas, conocí a mi alguien, a quien amo, respeto, cuido y recibo lo mismo o más; y me di cuenta de que ‘en todos los sitios cuecen habas’, que en cualquier ambiente laboral hay conflictos y discriminación en el trato. La diferencia está en cuál es tu plan ante ello, y el mío fue como una revelación: sola no es posible.

Mi trabajo, siendo específico, lo es tanto como el de mis compañeros y compañeras, así que no somos imprescindibles, es necesario que seamos muchos para equilibrar la balanza del que ostenta el poder. Así fue como acabé en el sindicalismo de clase motivada por muchas más razones que no vienen al caso, pero sobre todo porque entendían que mi plan vital nunca había sido mío del todo que, aun siendo un caso raro (de 45 niñas de mi clase de primaria solo cinco tenemos estudios universitarios) he tenido que estar permanentemente rompiendo lo que se espera de mí por ser mujer, como una tela invisible que en cuanto te descuidas vuelve a formarse.

Ahora ya no tengo un plan propio, sino que lo comparto con cientos, miles de mujeres y hombres que entienden, como yo, que el PLAN no es otro que SER, independientemente de tu género, y por supuesto de tu clase social o tu trabajo. Que o salimos juntos y juntas o no salimos. ¿Y dónde más importante ser tú misma que en tu trabajo, donde pasas al menos una tercera parte de tu vida?

Por eso este año el lema de CC OO es #TENEMOSUNPLAN, porque desde enero todas las empresas de más de cincuenta personas trabajadoras deben tener un plan de que garantice la igualdad de trato, de oportunidades y que no nos catalogue por manidos estereotipos. Así que si nunca has tenido un plan que puedas llamar propio, es el momento de que en nuestra vida profesional nos garanticen uno que nos deje ser quienes queremos ser.

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