La Opinión de Murcia

La Opinión de Murcia

Herminio Picazo

Verderías

Herminio Picazo

También es una guerra contra el medio ambiente

Construcción de un gasoducto, en la localidad rusa de Kingisepp, en 2019.

Es imposible hacer análisis sosegados sobre la guerra mientras casi se puede oler desde aquí la sangre de los niños ucranianos y percibir el odioso aroma de las bombas. Pero hay que hacerlo, como tributo a la razón y como apuesta por el futuro. Por ello me uno a otros profesores de la Universidad de Murcia, y en particular de su Facultad de Turismo y Relaciones Internacionales, que estos días despliegan sus comentarios en los medios de comunicación sobre los distintos aspectos de esta peligrosa crisis.

La guerra, por definición, ataca todo lo positivo y esperanzador que tiene el desarrollo humano. La de Ucrania va a tener también una influencia destacada en el camino que la humanidad había emprendido para la protección ambiental y la contención de cambio climático.

Podemos entrever los efectos ambientales de la guerra en una doble vertiente. Una más optimista, pero de largo plazo, y otra más pesimista pero de un plazo más inmediato.

En lo lejano parece cierto que la guerra terminará de dar la razón a todos los que apostamos por la autonomía energética utilizando fuentes renovables y no contaminantes. La dependencia del gas de los sectores energéticos, y en particular del gas ruso por parte de la economía europea, puede dar alas a la necesidad de construir un pool energético en el que cobre mucha más importancia la generación autónoma de energía. Y para hacer eso tenemos a nuestra disposición la energía fotovoltaica, la eólica y el hidrógeno verde. Si esa línea se generaliza, no sólo por la necesidad de disminuir los gases de efecto invernadero sino también por miedo a la dependencia estratégica del gas o el petróleo ruso o de otros países que puedan generar conflicto, entonces el resultado de largo plazo puede ser el que muchos desearíamos. No en vano una de las piezas clave de la invasión rusa de Ucrania es la pugna por el gas y su distribución, y una de las piezas importantes de sanción occidental contra Rusia es la paralización decretada por Alemania del proyectado gaseoducto Nord Stream 2.

Sin embargo, en el corto y el medio plazo el efecto de la actual guerra puede ser el contrario. Al calor de la necesidad energética de una economía occidental tensionada y sin acceso al gas ruso, la tentación de intensificar el grifo del petróleo, o incluso del regreso del carbón, es muy alta, en contra de los compromisos globales logrados en la pasada cumbre de Glasgow. De la misma forma, las necesidades de animar la economía y el empleo pueden mermar los requisitos ambientales que se le exigen a los proyectos de desarrollo.

El balance entre uno y otro efecto, el positivo y el negativo, el de corto y el de largo plazo, va a depender de la duración y la dureza de la guerra y de la intensidad de las rivalidades que permanezcan entre los bandos cuando ésta concluya. Si termina pronto y regresa una cierta estabilidad, los efectos ambientales negativos no serán muy intensos mientras quedará en la memoria colectiva la necesidad de no depender tanto de las fuentes energéticas sucias y lejanas. Este razonamiento aporta un interés ambiental, además de humanitario, para rogar, para gritar, para exigir que la guerra termine de inmediato.

Compartir el artículo

stats