Esta pasada semana de ambiente belicoso y claustrofóbico el humor nos dio un respiro. Con las bombas atómicas de Putin apuntando a nuestros culos, los días 1 y 2 de marzo Louis CK hizo de escudo humano en la sala Barts de Barcelona. En principio iba a venir un día, pero las entradas volaron y tuvieron que ampliar. Mi alegría era inmensa al ver tanto público, tan risueño y tan simpático. Hombres y mujeres encantados de tener aquí al mejor cómico del mundo. Nada que ver con algunos titulares malsanos que recriminaban la mancha de su expediente. En la platea vi el Tout est pardonné de la portada de Charlie Hebdo después del atentado mortal contra la revista.

Para quien no lo sepa, Louis CK fue expulsado de la industria del entretenimiento en uno de los casos más exagerados del MeToo. Su cabeza rodó por el suelo, pienso, debido a los pecados mayores de otros. Todo se mezcló y pagó lo mismo el ladrón de gallinas que Jack el Destripador. Podéis buscar la acusación vosotros, porque yo no estoy dispuesto a repetirla. Desde entonces sube sus especiales de comedia a su web como si fuera un cómico que empieza. Con 54 años se ha tenido que reinventar en forma de economía autárquica. La cancelación rígida y protestante sigue pesando sobre él aunque el público haya dejado claro que no es tan rencoroso.

Vi por ahí, en la puerta de la Barts, a gente como Andreu Buenafuente, Facu Díaz, Ricardo Moya, Sergio del Molino y otros personajes que tal vez, hace unos años, no se hubieran dejado ver cerca de Louis CK. La radiactividad de su reputación empieza a atenuarse, lo que me hace pensar que los jurados populares que desataron la caza de brujas en 2017 olvidaron explicitar la duración de las penas. Cinco años después, algunos de los acusados empiezan a dejarse ver por las puertas traseras.

El monólogo de Louis CK fue fabuloso, y se trajo a dos cómicas y un cómico neoyorquinos de teloneros sorprendentes. Ingenio duro e inteligencia escurridiza. Se habló de sexo, de muerte y de religión, se habló de moral y de hipocresía. El público se quebraba de risa y el coronavirus trataba de escapar del cepo de las mascarillas. Creo que nos daba igual morir allí dentro, contagiados o víctimas de un derrumbe.

Estábamos restaurando a uno de los mayores genios del siglo XXI. Estábamos aboliendo la cultura de la cancelación. El día 8 de marzo (sí) actuará en Madrid, pero dudo que queden entradas.