La Opinión de Murcia

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Herminio Picazo

Verderías

Herminio Picazo

La biodiversidad es cosa seria

¿Han visto alguna vez un quebrantahuesos volando? Quizás no si son ustedes murcianos y tienen menos de 90 o 100 años, cosas ambas más que probables para los lectores de este periódico.

El caso es que nuestros abuelos, sus padres, los padres de sus padres (y así, hacia atrás, hasta los padres de los padres que hipotéticamente llevaban taparrabos y teas para el fuego) sí que pudieron disfrutar de la impactante imagen de un ave potente y exagerada, de una máquina perfecta de volar, de un bicho excelentemente diseñado para la curiosa forma que tiene de alimentarse.

Ahora no tenemos quebrantahuesos en Murcia, ni águila imperial, ni foca monje, ni lobo, ni calamón, ni alimoche, ni águila pescadora, ni tantas otras especies de nombres tan sonoros como sugerentes. El siglo XX murciano acabó con ellos.

Cada vez son más frecuentes los informes científicos que alertan de que la biodiversidad mundial está en peligro. Naciones Unidas publicó hace poco su quinto informe de perspectiva mundial sobre la diversidad biológica y son muchas las organizaciones científicas y conservacionistas que publican los resultados de sus análisis sobre el estado actual de las especies en el planeta. El resultado, aunque se ofrecen tímidas esperanzas, suele ser desalentador.

Todos estos datos y certezas científicas nos parecerían lejanas si no tuviesen su nítido correlato en nuestra propia tierra y si no se relacionaran además con nuestra propia actividad humana.

Miren las listas de especies en peligro en la Región de Murcia, las tiene cabalmente catalogadas la Consejería de Medio Ambiente en sus correspondientes leyes y decretos y en sus distintas categorías de amenazas: fartet, avutarda, nutria, perdicera, cernícalo primilla, garza imperial, gaviota de Audouin, y de esta forma un buen número de especies animales y vegetales, sobre alguna de las cuales la Consejería está estudiando o aplicando los correspondientes planes de conservación, alguno muy retrasado como el plan para las aves esteparias.

O sea que este asunto de la pérdida de las especies no es, como pensarían algunos, cosa de mercachifles ecologistas o científicos de tapadillo que no tienen nada mejor que emplear el tiempo que los estudios sobre lagartijas. Es cosa seria y es cosa inmediata.

El problema es que estamos acostumbrados a reconocer el asunto de la extinción de las especies asociándolo a hechos lejanos y espectaculares ante los que todos nos conmovemos, como la belleza anecdótica de los osos panda, o la pena que nos daría que se extinguiera el lince. Razones éticas y estéticas que sin duda son perfectamente válidas. Pero la perdida de la biodiversidad es mucho más. Es el perfecto indicador (medible, demostrable) de que vamos por mal camino, de que nuestra propia calidad de vida irá a medio plazo en declive paralelo al declive de la calidad del ambiente, de que la industria farmacéutica perderá fuentes para nuevos desarrollos, de que decaerán las opciones de futuro para la industria alimentaria, o de que perderemos las oportunidades económicas que se asocian a la biodiversidad, incluidas las del turismo y la contemplación.

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