"El azahar de Murcia / y la palmera de Elche", escribió el oriolano Miguel Hernández. Maravillosa sucesión de sonidos que deleitan el aire y el oído: «azahar de Murcia», con ese sonido de zeta de azucena (San Juan de la Cruz: «cesó todo y dejeme, /dejando mi cuidado / entre las azucenas olvidado»; o el propio autor de El hombre acecha (su mejor libro): «Para la libertad, sangro, lucho, pervivo. (...)/ Para la libertad siento más corazones/ que arenas en mi pecho, dan espuma mis venas /y entro en los hospitales y entro en los algodones/ como en las azucenas». ¡Qué hermoso lo cantó Serrat! ¡Y con qué buen criterio descartó la estrofa de odio que dice: «Para la libertad me desprendo a balazos/ de los que han revolcado su estatua por el lodo. /Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos, /de mi casa, de todo.». A decir verdad, no sé si fue la censura que aún pendía su espada en la época en que cantó Serrat ese poema, El Herido (1975), o fue una decisión del autor de eliminar del poema cantado una estrofa que chirría en el conjunto.

Sostengo que los poemas no están terminados, en su significado poético y universal, hasta que el tiempo los lima de su pasión y anécdota concreta, y valen para empatizar en cualquier situación en que un ser humano esté sometido al infierno de la injusticia, la cárcel, el dolor, o ante la angustia de la muerte, la enfermedad, la pérdida de los que quiere. Da igual que sea en una cárcel en el régimen totalitario de los Castro en Cuba, que en un hospital de un frente de guerra o en un hospital en tiempos de paz, donde alguien sufre y necesita decirse esos versos como un bálsamo o un mantra que le alienta y fortalece el cuerpo y el alma, o le prepara para aceptar lo inaceptable.

El azahar de Murcia ahora está en mi tierra por todas partes, huela a azahar (el nuevo de los limones tempranos, el nuevo de los almendros y los albaricoques). En fin, es una fiesta. Estoy orgulloso del azahar de Murcia y me encanta vivir y pertenecer a una tierra que suena tan bien, y huele tan bien: fonéticamente, con esa zeta de azucena y esa ‘u’ que es un milagro, una rareza vocálica. (En donde aparece la ‘u’ en poesía hay una llamada especial al oído del lector, ya que no es usual el sonido vocálico ‘u’ en nuestro idioma. Pero además los sonidos ‘r’, ‘i’, ‘a’, esa ‘h’ que no suena y prolonga la ‘a’... El azahar de Murcia es maravilloso.

No comprendo que un mursí, un murciano no se enorgullezca de tan bello sonido toponímico. Ya sé que los políticos murcianos (váyase Teodoro de Murcia) lo afean, pero, para sahumerio contra los demonios propios, tenemos el azahar de la poesía y las azucenas de la libertad.