Si se cree que Carmen Balcells fue tan solo una agente literaria es que no se tiene ni idea de quién fue Carmen Balcells. Fue incluso agente secreto, capaz de guardar tesoros suculentos sin decírselos a nadie, de viajar por el mundo con un jarrón que iba a hacer feliz a una amiga que residía a miles de kilómetros de su casa en Barcelona, de romper un compromiso imprescindible para ir a escuchar cómo tocaba el piano su nieta (la hija de Lluis Miquel, que ahora dirige los destinos de la agencia). Era capaz de hacer creer a Carlos Fuentes, el más impuntual y caprichoso de sus autores, que no llegaba tarde a una cena, porque ella simulaba que quienes lo esperaban en el Botafumeiro no habían empezado ni siquiera con los aperitivos.

En este caso, Fuentes venía de Madrid, con su mujer, Silvia Fuentes, se habían retrasado en un almuerzo con Plácido Arango, Jesús Polanco y otros amigos, la cena era a las nueve, llegaron en avión privado a las doce, Carmen hizo que los camareros y los restantes comensales hicieran la pantomima, como en una película de Buñuel, y cuando la pareja esperada irrumpió en la sala todos empezaron, otra vez, la ceremonia de la cena… En aquella ocasión los Fuentes mantuvieron el rito de no pedir disculpas.

Cuando murió Manuel Vázquez Montalbán, que fue como un hijo, o un hijo directamente, para ella, Carmen removió el mundo de los aviones para traer el féretro desde el sur del mundo, se comportó entonces como quien era también: una conseguidora cordial que a cada latido del corazón le hacía un seguimiento concreto para convertir en un milagro lo que otros hubieran dejado por imposible. Ese día en que el féretro iba a venir a Barcelona y el mundo de las letras (y de la vida) lloraba la muerte de ser tan querido y añorado, me invitó a comer en su casa, cerca de donde estaban, por ejemplo, los manuscritos históricos de Gabriel García Márquez o de Mario Vargas Llosa. Allí se había hecho instalar una gran fotografía de Manolo, y de vez en cuando, durante nuestro encuentro, levantaba la mano izquierda y saludaba al retrato como si le diera un abrazo a su memoria. Cerca de allí me enseñó un día el manuscrito de uno de sus pupilos y entonces me contó alguna parte de lo que la hizo más que una agente un milagro, pues por ese manuscrito iba a pedir algo que finalmente sacaría del subsuelo al nombre propio que le confió su vida literaria.

Ella no escribió nada, hizo que escribiera el mundo, su libro es su vida, su discreción fue su tesoro"

Uno de aquellos inviernos que ella transitaba con regalos que cada vez eran más generosos o audaces tuvo una ocurrencia genial: rescatar de la nieve de Soria a su amiga (a su gran amiga) Nélida Piñón, que estaba parada allí con Dionisio, el chófer que nos había llevado a escuchar a su nieta a tocar el piano… Nélida tenía que coger al día siguiente un avión a Río de Janeiro. La tormenta la tenía sin porvenir en un pueblecito soriano y la mujer que fue mucho más que una agente literaria me llamó a larga distancia para que yo le consiguiera un helicóptero de los que siguen la Vuelta Ciclista con el deseo de que este aparato llevara a Barajas a la autora que más estimó entre todas las que tuvo. Cuando apareció el helicóptero, Nélida Piñón le dijo que no hacía falta: ya escamparía y además ella había encontrado, con Dionisio, un estupendo hotelito en el que ya estaba en pijama. Supimos después, por lo que nos fue diciendo Nélida, que ese hotelito era también un burdel.

Ahora Carme Riera, otra de sus escritoras preferidas, publica con Debate Carmen Balcells, traficante de palabras, que aún no he abierto. Es como si de dentro del libro fuera a salir Carmen indicándome cómo he de abordar la lectura, qué debo comer mientras tanto, en qué página he de detenerme más o menos… Como si Carmen estuviera viva (y ojalá lo estuviera) y me ordenara la vida para hacerla mejor, menos ingenua o más feliz. La semana que entra lo leeré, y seguro que ahí, dentro de esas quinientas páginas, estarán todas las Carmen que añoro. Ella no escribió nada, hizo que escribiera el mundo, su libro es su vida, su discreción fue su tesoro.