Aunque una encuesta reciente, de mitad de noviembre, mostrara que los ciudadanos están bastante divididos sobre la vuelta del ex rey a España, la normalidad democrática no permite otra cosa que su regreso inmediato... y unas explicaciones oficiales y coherentes de sus prácticas sospechosas con los dineros obtenidos digamos que extrañamente durante el tiempo en que fue jefe del Estado. No sirve otra cosa que la rendición de cuentas lisa y clara de Juan Carlos de Borbón.

Parece absolutamente impresentable desde la perspectiva de un país plenamente normalizado democráticamente que un jefe de Estado abdique en su hijo cuando es pillado no en una sino en numerosas faltas, se vaya tan ricamente al extranjero y si te he visto no me acuerdo. Menos ‘normal’ aún es que al cabo de los meses y acuciado por la morriña no pare de emitir mensajes sobre su deseo de retornar a la tierra que no le vio nacer como si nada hubiera pasado.

Lo único claro es que en el entorno de quien fue rey titular y ahora es ‘emérito’ (vergonzoso término para quien debería haber sido despojado de cualquier tipo de privilegio directamente por sus malhechos) hubo muchos tejemanejes con millones primero de pesetas y luego de euros para garantizar al señor Borbón una fortuna digna y comparable a la de alguno de esos jeques antidemocráticos y habituados a las coimas que ahora lo cobijan.

Aquello de «lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir» pronunciado en el inmediato post-Bostswana de 2012 no puede servir para que gane la indulgencia plenaria que bastantes jueces están dizque decididos a concederle, amparándolo en zarandajas legales antidemocráticas como la inviolabilidad del monarca hasta su abdicación de 2014 en su hijo Felipe.

Desde ese entonces se van conociendo nuevos indicios de quehaceres monetarios y accionariales del ínclito ciudadano Borbón ocurridos después de su mutis por el foro que hacen pensar que lo de «lo siento, etcétera» no fue más que una pantomima para salir del paso y esconderse a la espera de tiempos mejores. Cosas que determinan que no pueda ser considerada ni democrática ni acorde con los tiempos una institución que protege a personalidades especiales ocultando al común la verdad de los hechos que dieron lugar al escándalo, primero, y a la renuncia, después. Sin que por demás se hayan aclarado cuáles fueron las circunstancias exactas que dieron lugar a esa situación: cobro de comisiones, capitales ocultos en paraísos fiscales, mordidas pagadas y obtenidas a diestro y siniestro, viajes de superlujo para gozar de lujos insensatos…

Todo esto se va sabiendo poco a poco, a pesar de que algunos jueces y fiscales están dispuestos a utilizar todos los resquicios legales a su alcance para excusar semejantes conductas del llamado emérito, continuas y repetidas en el tiempo. El egregio en cuestión gozó de un nuevo privilegio cuando se le permitió eludir la rendición de cuentas sobre su conducta moral y crematística con su confortable exilio allá en el Golfo, justo donde le corresponde, y del que se van conociendo detalles sonrojantes como el de que frecuenta la compañía de un viejo amigo suyo: Abdelrajman El Assir, traficante de armas en busca y captura por defraudar 14,7 millones de euros a la Hacienda española.

Lo mejor es que vuelva, sí, cuanto antes. Pero que haga escandallo y cuente de una vez cómo obtuvo la fortuna que se le atribuye con datos durante el tiempo que gozó del favor de los españoles, como antes gozó del de Franco, por haber supuestamente salvado la democracia el 23 F de 1981. Quizá no pueda ser juzgado por la feudal inviolabilidad que detenta, pero sí debe explicar con pelos y señales qué patrimonio tiene, dónde lo tiene y de dónde lo ha sacado. Cuestión de honor.