La actriz Margarita Lozano falleció esta semana en su domicilio de Puntas de Calnegre, en Lorca, ciudad donde antes había vivido muchos años en un piso de la Plaza de España, y aunque no nació en esa ciudad, era lorquina por los cuatro costados;en su día fue declarada Hija Predilecta de la localidad y da nombre a una de las calles de las Alamedas. No creo que sea necesario añadir que se trata posiblemente de la única atriz española de todos los tiempos que ha trabajado con casi una docena de los mejores directores de la historia universal del cine, y sobre las tablas con un director español, Miguel Narros, cuyo nombre es sinónimo de la palabra teatro.

Habiendo tenido una trayectoria tan brillante, quizá podrían llamar más la atención los nombres de los directores con los que rechazó trabajar que los de quienes la llevaron a la gran pantalla, pues fue una actriz siempre en retirada, a la que solo sus amigos más íntimos conseguían, solo a veces, convencerla para que regresara al oficio. Cuando falleció en la madrugada del pasado lunes, a los 90 años de edad, llevaba ya muchas décadas, desde los primeros 90 del pasado siglo, sin ponerse ante los focos, es decir, su fabulosa obra completa estaba concluida años antes de que el PP accediera al poder en esta Comunidad, pero fue el pasado jueves cuando el Gobierno regional se decidió a otorgarle la Medalla de Oro de la Región a título póstumo, y esto después de que ni un solo miembro del Ejecutivo asistiera a su entierro en la diputación lorquina de Ramonete, donde ya descansa entre flores de almendro, como relató de manera muy emotiva para este periódico Pilar Wals. A esas horas es probable que en San Esteban todavía no se hubieran enterado de quién era Margarita Lozano (a pesar de que López Miras es lorquino, ya que no cabe exigirle ser ciudadano del mundo ni aficionado al cine no estrictamente patriótico, el de Cifesa y sus etcéteras), o si lo sabían no les importaba, o bien estarían en misa de miércoles rogando para que el socialcomunismo se vaya de España o no se apodere de Castilla y León.

Estos datos son suficientemente expresivos acerca del desprecio con que el Gobierno regional considera la Cultura, una competencia plena de la Administración autonómica que nunca sabe dónde colocarla, si con Educación unas veces, si con Turismo otras, y esto alternativamente con los pretextos predecibles:«La Cultura debe estar con Turismo porque es un atractivo que lo estimula», o bien, «la Cultura debe estar con Educación porque es su consecuencia». Si en Urbanismo es común la ‘cultura del pelotazo’, en lo que se refiere estrictamente a Cultura lo más visible es la ‘cultura del peloteo’ al modo del ping-pong.

Margarita Lozano durante una actuación.

Por debajo de estas razones, que se alteran según momento y circunstancias, lo que se percibe es el cambalache político de las componendas internas del reparto de puestos, de tal manera que el departamento ha caído a lo largo de la etapa de Fernando López Miras en las manos más variopintas, desde auténticas negadas para el asunto como la actual portavoz del partido, Miriam Guardiola, fundamentalista de consignario (duró poco, lo cual me evita mayor abundamiento) hasta Mabel Campuzano, que venía expulsada de Vox, y aun a pesar de este detalle, se la suponía en mentalidad Vox, un partido cuya prioridad en el apartado cultural es la promoción de la fiesta de los toros y pare usted de contar. Menos mal que la Campuzano llegó sin programa y, para no molestar en el sector, no se metió en honduras ideológicas, pero, como se ha visto, el departamento funcionaba sin dirección ni coordinación, a no ser desde un escaño de la Asamblea Regional, el del también exVox (pero formato ideológico Vox) Francisco Carrera, que había impuesto a un amigo o socio en el lugar clave desde el que llevar la contraria a la consejera que supuestamente le representaba, sin saber ya a quién representaba, pues ni siquiera a Vox: a Francisco Carrera, de quien nadie sabe ni quién es.

La muerte de Margarita Lozano ha coincidido con los trapicheos políticos en la consejería de Educación y Cultura, cuando esta última competencia ha debido ser segregada de la primera para reenviarla a Turismo tras la breve rebelión de Campuzano, quien ha preferido quedarse tuerta (solo con Educación) antes que mantener en Cultura al delegado de su compañero y sin embargo no amigo Carrera. Puede que este revuelo interno del Gobierno haya impedido atender obligaciones de cortesía elemental, a más de la representación institucional debida en nombre de todos los murcianos, como asistir al entierro de una gran dama del cine internacional enraizada en la Región. Estaban en sus líos, en sus correntillas, como se dice precisamente en Lorca, y no tenían tiempo para hacer sus deberes. Pero es que quien debía haber asistido al entierro de la Lozano no era el consejero o la consejera de Cultura, que también, sino el presidente de la Comunidad. Con mala conciencia decretó un día después otorgar a la actriz la Medalla de Oro de la Región. A la vejez, viruelas. ¿A qué actos culturales va a asistir en adelante López Miras que no hagan recordar que no estuvo presente en el entierro de la más importante actriz que ha dado la Región de Murcia?

Una señora que actuó en su última película (El infierno prometido, de Chumilla Carbajosa) en 1992 ha tenido que esperar a morirse en 2022 para que el Gobierno del PP, que prolonga su poder desde 1995, repare en ella y le otorgue a título póstumo el máximo galardón institucional de esta Región. Si Margarita Lozano hubiera vivido más años todavía no tendría esa Medalla. Que a ella le importara un pito ese reconocimiento, como pueden deducir quienes la conocieron, es otra cosa. La actriz no solo se apartó tempranamente de la carrera, sino también de los reconocimientos y homenajes de que era merecedora. Para llevarla a recibir el doctorado Honoris Causa de la Universidad de Muria, el profesor de Historia del Cine Joaquín Cánovas tuvo que utilizar carros y carretas, pero al final Margarita Lozano fue feliz con ese homenaje. Las grandes divas son siempre divas, aunque rehúyan ejercer en el espacio público. Eso no exime a las instituciones públicas de sus obligaciones para reconocer la excelencia de los más meritorios protagonistas de las artes según es habitual desde siempre y en todo lugar. La Academia de Hollywood, que no es una institución pública, nunca ha dejado de premiar a Woody Allen aun cuando éste no se permitía asistir a la recogida de sus galardones.

El PP, además, tiene en estos asuntos precedentes preocupantes, aunque haya que remontarse muchos años atrás. En su día (es verdad que entonces López Miras estaba tocando la flauta) votó en la Asamblea Regional en contra de la concesión a Paco Rabal de un título semejante, creo recordar que la condición de Hijo Predilecto de la Región, y sus portavoces alegaron con absoluto desparpajo que lo hacían porque el actor «es comunista». Es la misma mentalidad de quienes hoy, en ese entorno, se deshacen en emociones desbordadas por los triunfos de Rafa Nadal en los campeonatos internacionales de tenis y fruncen el ceño ante las nominaciones para los Oscar de Javier Bardem y Penelópe Cruz, a la espera de que éstos no obtengan las estatuillas. Son españoles y mucho españoles a tiempo parcial, según su ideología, sin reparar en el valor superior del mérito, que tanto predican y sin atender al hecho de que la libertad, concepto del que pretenden apropiarse, en una democracia consiste en que cada cual opina según su criterio; lo importante es que los protagonistas de cualquier actividad cumplan bien con lo que hagan, y si por la excelencia en su arte representan a su país, el orgullo general es un valor de cohesión, sean de derechas o de izquierdas quienes lo propicien. El caso de Almudena Grandes, se piense lo que se piense de ella como escritora y de sus opiniones políticas, a quien despreció en su entierro el alcalde del PP, pero también de todos los madrileños, es un caso más del virus que afecta a una derecha incapaz de distinguir entre lo ideológico y lo institucional.

Mientras enterraban a Margarita Lozano, en el Gobierno regional andaban entretenidos en solucionar la crisis interna en que devolvían Cultura a Turismo, sin atender a sus responsabilidades institucionales básicas

Margarita Lozano, por su actitud pública e indiferencia ante los clichés políticos, estaba fuera de estos condicionantes, aunque hubiera trabajado para gente tan sospechosa como Buñuel, Pasolini, los hermanos Taviani o el mencionado Narros (también para Juan de Orduña, director de la patriótica ¡A mí la Legión!, por ejemplo, como también hiciera Rabal con el franquista Sáenz de Heredia), pero el desdén institucional no cabe atribuirlo a cuestiones ideológicas en el caso de la Lozano, sino a elemental desidia. O tal vez ignorancia, siendo esto lo más probable. Y es que no se sabe qué es peor en la administración pública de la Cultura, si el ideologismo o la ineptitud.

Un ejemplo, al paso. El Gremio de Editores de la Región, que agrupa a un amplio colectivo de pequeñas editoriales, la casi totalidad de las que existen en nuestro territorio, ha intentado contactar con la Administración cultural para proponerle proyectos que merezcan alguna ayuda a través de la adquisición de ejemplares para la red de bibliotecas o de cualquier otro tipo de colaboraciones en una actividad casi siempre precaria y voluntariosa, en cualquier caso encomiable, y la respuesta obtenida, precisamente de la dirección general denominada de Industrias Culturales es que «el libro no es una industria». ¡Agárrense los machos! La producción editorial es una de las primeras industrias de España, no solo considerada desde el marco cultural, por lo demás exportadora al amplísimo mercado de la lengua española, con Hispanoamérica como destino principal. La edición de libros es cultura, es imagen, es empresa, es negocio, es marca de país o de región, es una espléndida maravilla por el esfuerzo de quienes emprenden un oficio que, en nuestro ámbito, no resuelve la vida a quienes lo adoptan, pero resulta casi como un mecenazgo privado que alivia a la Administración pública de sus obligaciones con un sector de la cultura, el de las letras. Pues bien, lo ignoran. Dicen que no es una industria, y olvidan que deberían apoyarlo para que lo fuera, sobre todo cuando tanta gente está dispuesta a perder tiempo y dinero para que lo sea, una disposición que en todos los casos que conozco está dictada por el amor a la cultura, precisamente en lo que no incurren los administradores culturales. Y aun si la edición no fuera industria, que lo es ¿no es cultura, es decir, no pertenece al ámbito del título mismo de la consejería? ¿No es cultura la literatura, el ensayo, la filosofía, la divulgación...?

Pero ¿por qué pedir peras al olmo si han esperado a que muera Margarita Lozano, a los 90 años (tiempo han tenido para reconocer sus méritos) en reparar que en ella concurrían los méritos que merecían la Medalla de Oro de la Región?

El PP ha pasado de las hecatombres de los tiempos del consejero Pedro Alberto Cruz, en que Cultura era la principal arma de propaganda política del Gobierno (todo por la cultura, pero sin los agentes de la cultura y desde el comisariado de la propia consejería) a este actual estado de miserabilismo en que el propio departamento es un estorbo, pieza a repartir para salvar una crisis. Y donde las medallas institucionales para los grandes de la cultura llegan enrobinadas y a destiempo. Todo muy cutre.