No consigo quitarme la imagen de la cabeza. Pertenece a una de las incontables puestas en escena de Casado desde que el alarido sobre las macrogranjas embadurnó la cita electoral que viene. El coleguilla por excelencia de Ayuso aprovechó para salir al paso de otro aspecto de la actualidad: «Lo que pediremos es que la investigación se haga en todos los casos de pedofilia y pederastia. Que nadie vuelva a poner la mano en un niño. Vamos a dejarnos la piel para acabar con esta lacra infecta que aqueja a todos los países, pero me voy a comprometer muy mucho en que no afecte al nuestro. El pepé va a ir hasta el final, sea quien sea, lo haya cometido un cura o un político como ha pasado en la Comunidad Valenciana».

Lo que me dejó turulato perdido fue contemplar que se refiriera a una cuestión de esta naturaleza, en la que sobrecoge pensar sobre los momentos de terror pasados por las criaturas y que al tratarse de la materia que se trata se supone que es preciso por lo tanto abordar con un tacto especial y que lo hiciera rodeado de jamones por todos lados. Me pareció que los afectados por tales abusos merecen una escenografía en consonancia con el dolor que no logran sacar de su interior y no con una magna exposición del cerdo. Pero no sé, seguramente el que tiene el problema soy yo.

Él no tiene ninguno. En octubre del 18, ni tres meses después de coger las riendas tras doblegar a Soraya, dediqué un recuerdo a Raphael, aunque tranquilos que enseguida sale el otro. El de Linares había hecho una parada con 12.000 espectadores en Madrid entre una turné americana y otra europea cuando el relevo de Rajoy soltó que «la hispanidad es el hito más importante de la humanidad, solo comparable a la romanización» por lo que rematé así: «A día de hoy es superventas y ha dejado atrás la fragancia destilada por la diabólica loción del pasado. Casado, no; ropopompón, ropopompón».

Responda por favor a una pregunta: ¿Cuál de ambos cree que seguirá en condiciones de hacer giras dentro de tres años?

Así es, efectivamente.