Nunca quise ser el rico del cementerio. Moriré feliz y envuelto en un gran misterio. Tengo un corazón que nunca sabe por dónde va, pero a mí me da toda la felicidad…

El festival de la canción Benidorm era más sencillo de entender en 1982, cuando Fernando Esteso se quedó sexto con Soy un vividor y Fernando Ubiergo ganó con Yo pienso en ti. De Ubiergo no se acuerda ni su madre y de su canción tampoco, pero Esteso terminó dejando huella y pasó a la historia con su tema perdedor. Me lo pongo de vez en cuando en Youtube como quien va a un concierto de canto gregoriano. Ensalza valores que hoy están de capa caída, cuando no mal vistos, pero yo no sé por qué, pero sé bien que el testimonio de un crápula en el tiempo del Destape me resulta simpático e inofensivo. Es como ver fósiles en el museo de historia natural.

Hoy se mira con muy malos ojos y se oye con muy malas orejas ese tipo de mensaje y a la música presente se le exige un nivel de compromiso político que parece casi la garantía de que envejecerá prematuramente. La canción ligera es un producto que, como el vino, gana cuerpo con el paso del tiempo o lo pierde todo de golpe. Revisar las listas de Los 40 Principales de hace treinta años es como irse a murmurar entre las tumbas de los soldados desconocidos. Es un misterio qué botellas se habrán conservado bien cuando se saque el corcho y cuáles se convertirán en vinagre pestilente.

En las que compitieron en aquel Benidorm del 82 había mensajes tan ligeros que a casi todas se las ha llevado el viento. No había compromiso, ni había cuotas, ni importaba. Y la razón no era que España estuviera políticamente más tranquila que ahora, al revés: hablamos del arranque del primer Gobierno socialista desde la Guerra Civil, acababa de producirse el intento de golpe de Estado de Tejero y ETA ametrallaba a diestro y siniestro.

Sin embargo, la cultura solo estaba empezando a politizarse. A un lado quedaba la alocada movida madrileña que Víctor Lenore ha retratado con tanta astucia como movimiento despolitizado, y al otro las primeras intervenciones de Pilar Miró y compañía en las subvenciones para el cine. Esteso, Pajares y Ozores contarían muchos años después que sintieron que la entrada de las subvenciones pretendía cambiar el ecosistema del cine español al promocionar uno comprometido y de ritmo pedante, a la europea, demasiado diferente al que disfrutaba el español estándar de la época. El tiempo les daría un poco la razón, con las taquillas desplomándose entre bostezos y pretenciosidad. Sin embargo, avanzando los ochenta ir al cine a divertirse se empezó a ver mal, los Goya empezaron a premiar solo dramas y la españolada murió en las taquillas y corrió a refugiarse en las series de televisión.

Hoy son las series de televisión las que se ponen densas y pretenciosas y las salas de cine las que alfombran de claveles el camino de Santiago Segura: nunca se sabe. De cualquier forma, de aquellas tetas exhibidas del Destape llegamos a la teta liberadas de Rigoberta Bandini. Es un círculo que se cierra en Benidorm, muchos, muchísimos años después: estamos en otro país, hay otro público y la música, definitivamente, suena de otra manera. Es interesante comparar lo que pasa en dos funciones del mismo teatro, pero también comparar a las contendientes del nuevo festival de Benidorm y ver qué ha premiado el público y qué ha premiado la industria.

Rigoberta Bandini era la favorita, por lo que sé. Un médico jubilado amigo mío me escribió pidiéndome que enviara el SMS en el momento oportuno para votar por ella, y le obedecí aunque ni siquiera tengo tele en casa. Luego estaban las Tanxugueiras, gallegas tribales que le gustan mucho a Yolanda Díaz, y por último una desconocida destinada a coronarse con la victoria, entregada por la industria: una cubana muy guapa, curtida en los ballets y musicales, con nombre de perfume: Chanel.

He seguido todo esto con la modorra de un árbol muerto porque sé, recordando a Esteso, que la trascendencia no está en Eurovisión. Bandini ha ganado aunque pierda, Tanxugueiras han sorprendido y la pobre Chanel habrá de batirse el cobre en un festival amañado y sin alma. Qué canción se oirá dentro de cuarenta años es un misterio que solo algunos desvelarán.