La actual crisis entre Rusia, Ucrania y Occidente es un episodio más de la indisimulada pugna por la hegemonía mundial. Al tradicional enfrentamiento entre EE UU y la URSS, que se expresaba a través de sus dos grandes alianzas, Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el Pacto de Varsovia, estamos asistiendo estos días al inicio del intento de consolidación de nuevas áreas de influencia en un mundo multipolar, en el que la OTAN, debilitada por sus estrepitosos fracasos en Irak, Libia, Siria, Afganistán… se enfrenta a nuevos actores emergentes. En las actuales circunstancias, Rusia, que, en contra de lo que se ha venido propalando interesadamente, no tiene intención de invadir Ucrania, pero que, al mismo tiempo, no está dispuesta a consentir más ampliaciones de la OTAN cerca de sus fronteras, cuenta con aliados estratégicos como China, India e Irán (cuyo PIB en 2020 es de 731.000 millones de dólares, la 18ª economía mundial), es decir los países más grandes y poblados y de las mayores economías de Asia. Sumemos a ellos países como Mongolia, Vietnam, Siria… Visto lo cual, podemos preguntarnos: ¿De verdad va a ir la Unión Europea (UE) y la OTAN contra ellos?  

ANTECEDENTES DEL CONFLICTO. Es cierto, sin embargo, que Vladimir Putin lleva años exhibiendo su músculo militar en la región, con unas repúblicas que, tras la desintegración de la URSS, siguen en su órbita, con mandatarios prorrusos. Tal era el caso de Ucrania. Pero la revolución de 2014 forzó la salida del presidente (prorruso) Viktor Yakunovich, que, por presiones de Rusia, había suspendido un acuerdo de asociación con la Unión Europea. Como es sabido, a partir de ese momento, Putin aprovechó la inestabilidad política para invadir la península de Crimea, al sur de Ucrania, y apoyar la insurgencia de separatistas rusos en la región del Donbás (en esa guerra ha habido 13.000 víctimas mortales, entre ellas más de 3.000 civiles). Pero que los árboles no nos impidan ver el bosque: recordemos que fue precisamente Occidente el que desestabilizó a Ucrania para derrocar al Gobierno del citado Yakunovich. 

Desde la implosión de la URSS y la desintegración del Pacto de Varsovia, está claro que hay una decidida voluntad de ampliar la UE y la OTAN hacia el Este. En ese contexto, el deseo de Ucrania de ingresar en la OTAN ha soliviantado más los ánimos del Kremlin, que ya en su día digirió muy mal esa ampliación hacia las repúblicas bálticas. Putin exige, pues, a la OTAN que detenga su expansión. Las reuniones entre Washington y Moscú celebradas el 11 y 12 de enero en Ginebra (Suiza) concluyeron sin avances. Y así sigue la situación, cuando redacto estas líneas.

¿UNA NUEVA GUERRA FRÍA? Parece claro que, tras el ‘postureo’ de las grandes potencias y su juego aparente entre la diplomacia y la apelación a la guerra (el negocio de la venta de armas es mucho negocio, y las armas se fabrican para ser usadas), podríamos estar asistiendo a una reactualización de la guerra fría, iniciada por Donald Trump y proseguida por Joe Biden, con dos objetivos claros, China y Rusia, y dos frentes, Taiwán y Ucrania. En opinión de Boaventura de Sousa Santos, director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra, parece imprudente, sin embargo, que una potencia en declive como EE UU se involucre en una confrontación en dos frentes, pues, a diferencia de años anteriores, China es una gran potencia comercial, pero también militar, sin olvidar que es acreedora neta de la deuda pública estadounidense. 

La lógica nos dice, sin embargo, que a la UE le interesaría tener a Rusia como aliada y no como enemiga, más que nada para preservar sus necesidades energéticas y sus exportaciones al gigante euroasiático. Empero, muchos analistas nos advierten de que las multinacionales yanquis empujan para vender sus reservas de gas y el petróleo (ya hay barcos metaneros cruzando el Atlántico), desplazando a los combustibles rusos.

En opinión del sociólogo portugués, es particularmente preocupante que los neocons, los políticos y estrategas neoconservadores que dominan la política exterior yanqui, intensifiquen las hostilidades con Rusia y, al mismo tiempo, insten a EE UU a prepararse para una guerra con China al final de esta década, una ‘guerra caliente’ con los medios de la inteligencia artificial. De repente, China, que hasta ahora era un socio comercial fiable, pasa a ser una dictadura, e igual se piensa de Rusia. Por ello hay que integrar a Ucrania en la OTAN, como un bastión estadounidense en la frontera rusa. O sea: el conflicto EE UU-China se dirime en estos momentos en territorio europeo.

Según De Sousa, la revolución naranja o, más bien, el golpe del 22 de febrero de 2014, fuertemente apoyado por Estados Unidos, fue el pretexto para acelerar la estrategia occidental. En 2014 y 2015 se firmaron los protocolos de Minsk con la intermediación de Rusia, Francia y Alemania, por los que, de conformidad con la legislación ucraniana, se estableció un sistema de autogobierno para la región que cubre áreas de los distritos de Donetsk y Luhansk. Esos protocolos han venido siendo incumplidos. Y en estos momentos la concentración de tropas rusas en Bielorrusia y en la frontera ucraniana (se habla de unos cien mil efectivos) ayuda poco a la distensión.  

Hasta ahora, la propuesta de la diplomacia rusa, de la que apenas se habla, pero que está estos días encima de la Mesa de Normandía, en los contactos habidos con Alemania y Francia (países europeos que, hasta ahora, se desmarcan de la política belicista que alienta la OTAN) y la misma Ucrania, es el establecimiento de un tratado de seguridad basado en el desarme y la desnuclearización, en el respeto a la Carta de las Naciones Unidas y de la soberanía de los Estados. 

LA POSICIÓN DE EUROPA. Coincido con el sociólogo Manuel Monereo en que hoy la UE, que en los momentos en que redacto estas líneas no tiene una posición común ante el conflicto, está obligada a definirse ante la evidente emergencia de un mundo multipolar, a la vista de que EE UU está anclado aún en la defensa de un mundo unipolar bajo su hegemonía. Si se desatara la guerra, Europa puede poner las muertes en una guerra en la que nada tiene que ganar y sí mucho que perder. La guerra es el mal absoluto. Lo que debería hacer realmente Europa es, junto a Naciones Unidas, tomar iniciativas veraces para una salida diplomática a la crisis que reconozca los intereses comunes que tiene con Rusia y promover un gran acuerdo económico, político y militar en el marco del cual se debe resolver el conflicto ucraniano.

Por eso resulta patética y ridícula la euforia mostrada por la titular de Defensa del Gobierno de España, Margarita Robles, rápidamente ‘matizada’ por el propio presidente del Gobierno, tras el envío de algunos cazas a Bulgaria y la fragata Blas de Lezo y otros barcos (aportación, en todo caso, insignificante pues España se sitúa en el 19º lugar mundial en gasto de Defensa, en porcentaje similar al PIB destinado a I+D, 1,4%) lo que añadía un componente belicista a lo que debería ser la vía diplomática. Sin embargo, no es la aportación cuantitativa lo más determinante, sino la voluntad belicista opuesta a la vía diplomática lo que ha venido siendo cuestionada desde una oposición de izquierdas que vuelve a reverdecer viejos eslóganes del No a la Guerra y OTAN no, Bases fuera.  

Una contribución española a la paz exigiría, pues, la retirada del contingente militar situado junto a las fronteras de Rusia. Nuestro Ejército, que constitucionalmente tiene atribuida la defensa de la integridad del territorio español, no ‘pinta’ nada en zonas de conflicto a 3.000 kilómetros de nuestro país.