Los que ayer contemplamos asombrados el asalto al Centro de Desarrollo Local de la ciudad de Lorca no podemos menos que pensar que la historia se repite, a menor o mayor escala, en todas partes, sea en Washington o en la remota aldea perdida. Este pequeño Capitolio de la democracia lorquina fue invadido por una mesnada de individuos robustos y bien plantados que, no sólo creían tener razón, sino que estaban dispuestos a imponerla por la fuerza, sin mayores trámites. Arrollando a las fuerzas de seguridad, se arracimaron en tropel, forzaban las puertas de entrada y subían escaleras arriba dispuestos a abortar las discusiones y acuerdos de los legítimos representantes de los ciudadanos.

Lo que se discutía era una moción acerca de la regulación de la ganadería industrial, que pretendía defender los intereres de todos los ciudadanos, que tienen derecho a una ordenación del territorio que les permita disfrutar de unas garantías de salud que los protejan de la contaminación de una ganadería que se cree con derecho a imponer sus propias actuaciones, a instalar las marraneras en todo lugar, a obtener el agua para abastecerlas de cualquier manera, a acumular los abundantes residuos y basuras en lagunas tóxicas al aire libre que contaminan con sus efluvios a quilómetros alrededor y filtran al suelo y a las aguas los nitratos y demás agentes tóxicos desde las mismas balsas o con la dispersión por las tierras de labor, habiendo abandonado los proyectos de depuración de purines, porque, naturalmente, los que los producen no están dispuestos a correr con los gastos.

"Arrollando a las fuerzas de seguridad, se arracimaron en tropel, forzaban las puertas de entrada y subían escaleras arriba dispuestos a abortar las discusiones y acuerdos de los legítimos representantes de los ciudadanos"

Si algunos creen que el lamentable asalto fue una acción espontánea de los oprimidos ganaderos, tendría que saber que el ambiente se venía calentando ya un tiempo y haber oído cómo el fin de semana anterior, por carreteras y caminos, a la puerta de bares y tiendas, en la huerta y en el secano, la megafonía ambulante difundía con voz engolada y solemne un llamamiento dramático que recordaba a los ganaderos el inexcusable deber de acudir a defender su vida y su futuro ante el Pleno Municipal. 

Y quizá hayan oído hablar, siempre con sordina, de que en estos lugares existe un lobby porcino que tiene mucho poder ante las autoridades y los pequeños ganaderos, que, su inmensa mayoría, dependen de sus decisiones. Como existe el del regadío ilegal, que arruina el Mar Menor o entierra de plástico el valle del Guadalentín, o el de los cultivadores de limón, que siembran con sus plantaciones (suficientes para alimentar a toda una galaxia) toda España y luego pretenden que el Estado les subvencione el exceso de producción.

Finalmente, si ustedes son algo suspicaces, sospecharán que el ‘trumpismo’ crece en todos lados, como un populismo que incita a defender los propios intereses, como si fueran los de todos, por encima de las normas y leyes y luego justifica los desórdenes y atropellos por el estado de necesidad de estos sufridos ciudadanos. 

Que eso es lo que determinados grupos municipales han proclamado, incluso con indignación, con motivo del suceso de Lorca. Porque en estos tiempos el que más grita y agrede tiene más razón.