He visto el despliegue estético en las manifestaciones en una supuesta defensa del campo y voy a tener que sacar la pluma, la de escribir, para comentar. Yo no sé de qué guardarropía de telenovela turca han sacado semejantes vestimentas esos quienes ustedes y yo estamos pensando, pero estoy seguro de que si aparecieran por un bar de los de la España vacia(da) siendo anónimos más de uno los miraba con la ceja levantada, de reojo y con la mano preparada por si tocaba soltar una.

No era la mejor elección estética para ir de incógnito. La camisa abierta más allá del esternón a una determinada edad es o porque estás en un ambiente muy, muy informal o porque te han hecho una maniobra Heimlich para salvarte la vida; el resto de justificaciones más que epatar te colocan directamente en el campo de la mamarrachada. Si a eso le añades los tirantes, la zamarra y los pantalones marcando escroto como si fueran un cruce entre Curro Jiménez y Millán Astray, antes de que la vida lo fuera eliminando por fascículos, parecen un figurín de Tom de Finlandia. Nada en contra, pero me produce risa socarrona, más que ternura, esas pintas de camaradas de camisa parda que se intercambian más que confidencias al calor de la hoguera de campamento, porque el puro XXL en la boca tampoco ayuda y con respecto a la presentación de la temporada otoño invierno de moda para hombres de la formación verde, hasta aquí puedo leer.

Lo de la arquitecta impostada vestida de Lady Halcón es la prueba definitiva de que toda esa fantasía de cuarta regional exhibida tenía una razón de ser, que era la de marcar las diferencias, no la de integrarse en la manifestación. Es una señora que ha elegido vestirse como si fuera a una cacería de las del ‘claudillo’ en lugar de optar por la discreta elegancia de un Barbour que, puestos a marcar clase, es camuflaje.

Todos tenemos taras, pero es que hay taras que son algodonales. Disfrazarse de pretendidos héroes en defensa de un sector al que meses antes le han negado el pan y la sal, votando en contra de prohibir las ventas a pérdidas en el campo, apoyando las macrogranjas, que arramblan con la ganadería pequeña y mediana y los cultivos, que se cargan el medioambiente y por ende cualquier explotación razonable del mismo, es de un cinismo lúdico igual que los que van a hacer como que varean oliva pero se toman el sherry al pie de la plantación, esperando un coro de zarzuela mientras ven a los pintorescos lugareños agachar el lomo.

Puro campo, pero de los de club de verja historiada y guarda en la puerta, dominando la loma con vistas increíbles, de los que se hacen con un retiro cuqui y pretenden expulsar de la vecindad al cebadero, porque les molesta la mierda que estaba antes que ellos, y que es, por cierto, más productiva, tiene más sustancia y más razón de ser.