A veces creo que mis hijos son más mayores de lo que son, y saben más cosas de las que les toca. Desde siempre les he tratado (casi) como adultos, y para mí ha sido habitual compartir con ellos la vida cotidiana. Pero siguen siendo niños, y a la vista de la cantidad de cosas que desconocen, está claro que son absolutamente inocentes. No saben casi nada de la vida real, ni de las personas que la habitan. Qué pena que la burbuja de paz que tenemos en nuestro micromundo no exista extramuros de aquí.

No sabían, ninguno, de qué les estaba hablando cuando les conté que habían descubierto quién delató a Ana Frank. Me miraban como si les contase una historia de antes de Cristo, que por supuesto no tenía nada que ver con ellos. Sé que parezco agorera, pero la historia de Ana Frank no es la de una persona al azar, a la que le dio por escribir sus ocurrencias diarias. No era una instagrammer de un tiempo antiguo. Es el relato diario de quienes eligieron resistir, esconderse y esperar, mientras el Mal en estado puro campaba a sus anchas.

Preguntaban por qué Ana Frank y su familia habían estado sin salir dos años. Como si les hubiera dado por ahí. No sabían que, hace menos de un siglo, se persiguió, torturó y mató a millones de personas por el ridículo motivo de no ser de la raza superior. Fíjate que, en ese punto, se quedaron flipados. Nadie que hoy en día sepa hacer la O sostiene la tesis de la pureza de la raza. Con lo que actualmente se sabe de genética o de cromosomas, se puede asegurar sin lugar a dudas que, hasta por las venas del mismísimo Hitler corría sangre de todas las clases y de todas las razas. Probablemente hasta los propios nazis lo sabían. Pero era su excusa para hacer el mal. Un modo de oprimir como otro cualquiera, y la posibilidad para algunos de tocar el poder, por el mero motivo del color del pelo o de los ojos.

El Diario de Ana Frank no es agradable de leer. Ver cómo alguien, con la vida por delante, ha ido perdiendo el derecho de ser considerado persona es muy triste. Y leer su vida cotidiana de encerrados es sencillamente asfixiante y agobiante.

Pero es muy recomendable su lectura, porque a pesar de la dureza del encierro, deja ver el espíritu humano. La capacidad inagotable de adaptación que tienen las personas, y la fuerza que ponen en resistir. Unos más que otros, hay que decirlo. La importancia de la actitud, que diría Kuppers.

El Diario está lleno de referencias a su padre, a lo bueno y paciente que era. No es casualidad que fuese el único que resistió. Su resiliencia, su capacidad de ver lo bueno de cada cosa, contado por la hija, por Ana Frank, es un testimonio, perdona la cursilada, de esperanza y de fe. De lo importante de mantener el espíritu.

Aparte, y aunque sea la historia de un cautiverio triste e injusto, también habla de la bondad que hay en el ser humano. De las personas que les escondieron, que les trajeron comida y víveres mientras no les detuvieron y que arriesgaron sus vidas por ayudarles.

Es verdad que aquellos tiempos pasaron, y que mis hijos no tienen ni idea de quiénes eran los Frank ni de dónde se escondieron. Pero nunca es tarde para aprender que aunque el Mal existe y las personas malas también, el bien aflora y aparece, y que es importante pensar, como decía Ana Frank, que cuando todo esto pase, volveremos a empezar.