Hace unos meses que en mi pueblo pusieron una especie de rastrillo de cosas viejas, al dueño ya no le caben los chismes dentro del local y saca a las aceras algunos objetos, sobre todo cuadros y láminas enmarcadas, comidas por el sol, de aquellas que la gente ponía encima del sofá o encima de la tele. Ayer, al pasar me detuve al ver, allí en el suelo, un dibujo mío a la acuarela, un boceto de 30 x 40 centímetros, de una exposición de óleos y acuarelas que hace 32 años dediqué a la danza. Imposible recordar quién me lo compró, porque de aquella expo lo vendí todo y, tras pasar por varias salas regionales, tuve que ir reponiendo y hasta me salieron muchos encargos. ¡Qué tiempos aquellos, antes de la crisis de 2008, en que, además de los coleccionistas, la gente compraba arte!

Diez euros

He cogido la obra y he pasado al interior para buscar al dueño, al que he dicho que me gustaba mucho y le he pedido precio. Mi sorpresa ha sido mayúscula al ver que, enmarcado y todo, me costaba ¡diez euros! Después de pagarle le he dicho que era obra mía. El hombre no se acuerda de dónde la ha sacado, pero creo que se ha arrepentido del precio y, finalmente, me ha dicho: «yo es que no entiendo de arte...». Es cierto que es una pieza menor, incluso dentro de aquella exposición en la que había obras de mediano y gran formato, pero el caso que, pese a la ganga, uno no puede resistirse a la tristeza ni al orgullo herido. Seguramente yo hubiera preferido un precio escandalosamente desorbitado.

Una de las diferencias entre los artistas profesionales y los artistas aficionados, es que los primeros necesitamos vender, vivimos de ello y además nos alegramos cuando vamos dando salida a nuestras piezas apiladas en el estudio o en el almacén. Los aficionados, cuando venden o regalan una obra, sienten el dolor de desprenderse de algo que sienten como un hijo al que quisieran siempre a su vera, como pasa a un cocinero, no hay mayor satisfacción que ver que a la gente le gusta lo que haces y disfruta pagando por ello y se lo lleva o se lo come, pero lo valora.

Es una industria

Realmente yo ya cobré por esta acuarela en su día y tal vez debería estar muy contento por recuperarla casi regalada, pero os he de confesar que no paro de darle vueltas y que me ha dejado cierto regusto amargo. Cuando alguien me felicita porque hago alguna exposición fuera de España y me dice aquello de «te estás haciendo famoso» yo siempre replico que lo que la gente de la cultura necesita es trabajo y ventas, porque hay muchos que viven de esto, no sólo los artistas (pintores, escultores fotógrafos, músicos, actores…), también los gestores culturales, los comisarios artísticos, las galerías, los programadores, los técnicos de sonido, los dramaturgos, los directores y hasta las gentes de la hostelería cercana a los centros culturales.

La industria cultural no sólo es una necesidad para el disfrute, el aprendizaje y la buena salud mental de los espectadores, sino que, como no nos cansamos de repetir, es una industria que genera riqueza y contribuye con sus impuestos y pago del seguro autónomo, a las inversiones públicas y el bienestar de todos.

Sé que la mayor parte de quienes intentamos vivir del arte y la cultura, además de que lo hacemos por vocación, lo hacemos como una responsabilidad y como trabajo que nos permite el sustento propio y contribuir al de quienes nos rodean. A mí que no me vengan con la fama, la gloria, la posteridad y los premios póstumos, lo que reclamamos es el reconocimiento efectivo, aquí y ahora. Vivir del arte no es lo mismo que eso de ‘por amor al arte’, por eso hemos de entender cuando un artista se niega a regalar su trabajo, ni siquiera en nombre del altruismo, que tan buena fama tiene. No se puede y, además, no debe.

Todos cobran menos el artista

Los creadores y trabajadores de la cultura han de ponerse en valor, hacerse de respetar y ser valorados mucho más, sólo así serán tomados en cuenta. Alguna vez, montando o inaugurando una expo, el artista, si mira a su alrededor, se da cuenta que allí todo el mundo está cobrando menos él, al que se le paga con aplausos que no le permiten pagar sus recibos, ni la subida de la luz: cobra la empresa montadora, cobra el concejal, cobra la vigilante de la sala, cobran los periodistas, cobra el personal de la limpieza, cobran los policías si los hay… todos menos el artista. Cuando alguien de alguna institución, sala, empresa o colectivo te dice: «No podemos pagarte nada por este cartel, esta exposición o esta actuación, pero a ti te viene muy bien como promoción», deberíamos responder con un rotundo NO; claro que luego te dicen que si no lo haces tú lo harán otros compañeros tuyos que sí están dispuestos.

Demasiadas cosas me han venido a la cabeza únicamente por la anécdota de mi acuarela tirada en la acera y tirada de precio, pero a mi edad uno ya está curado de perder el culo por la búsqueda de la fama y el halago, eso lo dejo para quienes tienen otro sueldo fijo y se pueden permitir regalar sus pinturas. La pandemia del covid nos ha traído tiempos complicados para todos, pero especialmente para el mundo de quienes viven de las industrias culturales. Necesitamos trabajo, ventas y apoyos públicos, igual que lo tienen otros sectores como el de la agricultura, la automoción o el turismo. Es magnífico el apoyo institucional y la presencia diaria de los políticos en una feria como Fitur, porque el turismo es una industria estratégica. ¿Os imagináis el mismo apoyo y presencia de nuestros representantes locales y regionales a una Feria de Arte?

Profesionalidad

Tampoco me entra en la cabeza que vivamos en un mundo en el que no puedes hacerte una vivienda y contratar a uno que dibuja muy bien, pero no tiene la carrera de arquitecto y no está colegiado, ni un Ayuntamiento puede encargar las luces de unas fiestas a uno que es un manitas, si no es una empresa que paga su autónomo y, sin embargo, se pueda encargar un cartel, por muy bonito que dibuje, a quien no es profesional. Hay muchos otros ejemplos que demuestran la poca consideración que se tiene, desde la ciudadanía y desde las instituciones, al trabajo de los profesionales de la cultura, mientras te dicen «si tú lo haces porque te gusta». Por supuesto que nos gusta, como al cirujano su trabajo, que hay que tener mucha vocación para dedicarse a la sanidad, pero a nadie se le ocurre pedirles que hagan su trabajo gratis.

En otros países no es que aten los perros con longaniza, pero hay que reconocer que apuestan más por la cultura propia y apoyan más a los creadores y artistas. Sin ir más lejos, en Suecia hay un grupo de artistas plásticos de la Región de Murcia que están exponiendo con gran éxito de ventas gracias a su propia iniciativa. Nadie es profeta en su tierra, aquí el arte está por los suelos.