En alguna otra ocasión hemos tenido oportunidad de hablar de esto y es que, con dos milenios de historia, la Iglesia católica es la institución internacional más antigua del mundo​ y ha influido en la filosofía occidental, la ciencia, el arte y la cultura, incluyendo entre sus tareas la difusión del Evangelio y la realización de obras de misericordia corporales y espirituales en atención a los enfermos, pobres y afligidos, como parte de su doctrina social, hasta ser, de hecho, la mayor proveedora no gubernamental de educación y servicios médicos del mundo. Es decir, la labor de la Iglesia católica ha sido y es muy importante en una sociedad que, a lo largo de los años, ha ido alejándose de ella por múltiples causas (según un estudio de junio de 2021, en España, el numero de personas que se declara católica es del 73,7%, pero el 53,4 % de quienes se autodefinen como creyentes dicen no ir «casi nunca» a oficios religiosos), lo que debería de hacer pensar a esa iglesia que da cabida en su seno a algunos que no le hacen mucho bien.

«El gobierno de la Iglesia católica reside en los obispos cuya cabeza es el obispo de Roma, el papa. Cada uno de los obispos, por su parte, es el principio y fundamento visible de unidad en su Iglesia particular. Los obispos tienen la misión de enseñar, de santificar y de gobernar con su autoridad y potestad sagrada», y yo creo que también deberían de hacerlo con un poco de sentido común. Algo que parece estar ausente en algunos que rigen sus destinos, como por ejemplo, el obispo de Tenerife Bernardo Álvarez, un prelado que no deja de sorprender con sus salidas de tono, muy difíciles de entender. Como cuando se permitió, en unas declaraciones a La Opinión de Tenerife, hace un tiempo, justificar los abusos sexuales a dos menores por parte de dos profesores de religión afirmando que «hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y además, deseándolo, incluso si te descuidas te provocan. Esto de la sexualidad es algo más complejo de lo que parece».

Y tan complejo para él, que en este tema y nos tememos que en otros, no da una a derechas. Como cuando engañó a la consejería de Sanidad de Canarias para vacunarse contra la Covid el 13 de enero de 2021, pese a no figurar entre los grupos prioritarios de riesgo fijados por el ministerio y la consejería de Sanidad para recibir la inmunidad. Pero sí, el obispo recibió la primera dosis de la vacuna de Pfizer en la Residencia Sacerdotal San Juan de Ávila, del casco histórico de La Laguna, justificando su vacunación, cuando se descubrió el pastel, mintiendo descaradamente al decir que su residencia la tenía en el geriátrico para sacerdotes retirados, porque ni vive en la residencia ni tiene contacto con los internos, olvidando que, como siempre nos dijeron, ‘mentir es pecado’, y en su caso, un pésimo ejemplo.

Estamos hablando de un obispo que justifica los abusos sexuales a menores, que miente descaradamente para adelantarse en la vacunación, en un despreciable gesto de egoísmo, y que días pasados ponía el broche de oro con unas polémicas declaraciones a la Televisión Canaria en las que señalaba la homosexualidad como un ‘pecado mortal’. Sí, según este incalificable prelado, «a pesar de que saben que está mal, lo hacen, sin ser condicionados por nada. Es como la persona que bebe y cuando bebe hace cualquier disparate. Claro, lo que tiene que hacer es no beber».

Me eduqué en un colegio de monjas y todos los recuerdos que tengo de aquella etapa de mi vida son buenos. Por eso me duele, me entristece, que alguien que forma parte de la Iglesia católica, que tiene una gran responsabilidad dentro de ella, pueda actuar de una manera tan burda e irracional, y tan poco caritativa.

Pero, al parecer, ni se le piden explicaciones ni se le hace responsable de nada.