Lo habrán pensado en Zarzuela con la portada de Lecturas golpeando los kioscos y después de lo de Andrés, defenestrado de la torre de Windsor, en Zarzuela pueden llorar por un ojo. Bajo la mucha borbonidad de Cristina, de esa que te mira como si le estuviera sudando todo mientras te sonríe, se ha tomado las cosas bien, campechanía que lo llaman. Los hijos de la infanta ya están entrenados en estos menesteres, lamentablemente, y al capear a la prensa «nos seguiremos queriendo todos», las palabras de Pablo Urdangarin parecen el título de una película italiana.

Así, que la realeza se divorcie es cada vez más normal. Las familias reales quieren encarnar una excelencia para que sus súbditos se vean reflejados pero de demasiado perfectas que pretenden aparecer se sienten a veces como distantes. Las veces que vemos que son (casi) como nosotros te sale una sonrisa irónica, cuando lo hacen a posta por parecer cercanos y cuando lo hacen involuntariamente porque son como nosotros, sin casi. La normalidad es la guillotina incruenta que acabará con las monarquías si no cambia el cuento. A pesar de tanta pompa y circunstancia sucede lo de Carlos, Camilla o Andrés y te ríes pero la risa se tuerce con Juan Carlos I, que nos trajo la democracia pero también nos va a traer la república, como se descuide. De lo primero creo que podemos estar de acuerdo todos, aún disintiendo en sus motivos; de lo segundo, muchos republicanos lo dicen por lo bajo. Le tendrán que agradecer que con su extrañamiento a Abu Dabi, que no exilio, que se fue él solito, y las compañías que allí frecuenta lejos de ayudar a limpiar han remarcado un historial que se ha desvelado, luego, con el tiempo, como turbio.

Lo malo de esta historia es que ya que no hubo ejemplaridad por lo menos que hubiera habido grandiosidad, tragedia en la caída, algo que te hiciera querer una séptima temporada, como en The Crown, pero es que es todo tan cutre, con la foto haciendo una barbacoa con la gorra hacía atrás. Eso no hay Goya que lo arregle.

Lo de los tribunales ingleses preguntando si el Emérito es rey o no es rey en una demanda por acoso a Corina tampoco ayuda, más todo lo demás. Todo da mucha risa, amarga, la que suena cuando sabes que te han tomado el pelo. El extrañamiento del monarca tiene pocos ecos de Mayerling, la finca de caza donde se suicidó el hijo de Sissí junto con su amante polaca, y más de Abu Dabí, aboebé, un sainete con conga georgiedann con barbaquíu.

Al insistir en volver pone a Zarzuela en un brete y creo que están deseando que eso no suceda y rezando porque alguna otra noticia como la del traficante de armas haga saltar el puente de plata que se llevó a Juan Carlos a Abu Dabí, aboebé, que no quiere decir «te quiero amor» sino «Majestad, ahora no venga que nos viene fatal».