En mi última novela, Selene y los cuatro elementos, Celeste y Siro entran en una red de trata a los 13 y 14 años. Ella como víctima, luego asciende a captadora: se encarga de reclutar a las nuevas. Él como chico de los recados, para ascender a sicario. La red en la que me inspiro existe, y existen también, en España, muchas otras redes del mismo tipo.

El psicópata nace. Nace con una disfunción en el lóbulo frontal, y una predisposición biológica y genética. El sociópata se hace. Es el fruto fallido de una educación negligente y de un entono disfuncional.

Fausto, el cerebro de la trama, es un psicópata. No entra por dinero ni por necesidad económica, sino por ansia de poder. Celeste y Siro se sociopatizan. Les captan muy jóvenes, vienen de la exclusión social. Les enseñan a normalizar la compraventa de niñas o el tráfico de drogas: es algo legítimo y aplaudido en su ambiente.

Hace unos días un periodista sacó a la luz unos tuits del candidato de Vox por Castilla y León, escritos cuando él tenía 20 años. Tenían bastante tufo homófobo, racista y misógino. Se exigió que Vox retirara al candidato. Como respuesta, Vox empezó a sacar tuits de referentes de la izquierda, figuras aplaudidas y legitimadas desde medios afines al Gobierno.

Samantha Hudson, cantante: «Odio a las putas pesadas víctimas de violación que piden ayuda», «lloro de risa con los vídeos de acoso escolar que acaban en suicidio», y otros similares, escritos a sus 16 años.

Perra de Satán, humorista: «Yo mataría gitanos por ti», «los gitanos son como los monos del zoo, muy graciosos, pero no me los llevaría a casa», y otros del estilo, escritos a sus 21 años.

Anacleto Panceto, escritor: «A ver si respetamos a los maricones, esos que tienen una tara y se casan». Escrito a los 40 años. «¿Cómo puede Lucía Etxebarria ir andando por la calle y no cagarse encima?», lo escribió la semana pasada, con 46.

De mí se ha dicho que acoso y que incito a las personas «a suicidarse» (un profesor de la Universidad de Sevilla), que «acoso niños» (la hermana de una concejala de Más Madrid), que soy «una bruja» y me «muera» (un Premio Nacional de Teatro), que «esparzo odio» (el secretario LGTBI de la ejecutiva del PSOE), y que soy «una plagiadora» (un diario de la competencia).

Y esta gente no tiene 16 años, tiene más de 40 y se aprovechan de cargos o prebendas que pagamos todos con nuestros impuestos.

¿Les extraña entonces que un chico o una chica de 16 años entiendan como normal escribir auténticas burradas sobre gitanos, mujeres violadas, niños acosados?

No, no les extrañe.

Es lo que ven hacer, es lo que entienden como normal y legítimo, es lo que se legitima y se aplaude.

Estamos creando una sociedad sociopática y una sociedad odiante, y ya hace tiempo que los psicólogos sociales claman en el desierto advirtiéndolo.

Cuando un profesor de universidad, un político prominente, el director de cultura de un periódico o un premio nacional de teatro se permiten calumniar y denigrar a quien no piensa como ellos, a la par que alardean de progresismo, los menores entienden que la escalera social se asciende pisando fuerte los peldaños del acoso.

No se sorprendan entonces ustedes cuando vuelvan a leer un titular que reza: «Uno de cada cuatro alumnos sufre acoso y violencia en las aulas».